El color de las banderas ha cambiado: ahora es el amarillo chillón -y no el negro- el que ondea en la plaza de la Torre del Reloj de Raqqa, la que durante tres años fue el patíbulo del Estado Islámico (EI). Es el amarillo de la enseña de las Fuerzas Democráticas de Siria (SDF), que ayer capturaron, con ayuda de Estados Unidos, Raqqa, antigua capital del EI en Siria.

El grupo terrorista está cada vez más menguado y solamente conserva en la zona territorios en la región de Deir Ezzor, la más remota y desértica de Siria. En Irak, además, el EI también ha sufrido enormes pérdidas: el autodenominado Estado Islámico está a punto de quedarse sin Estado.

Mientras fue ese autoproclamado Estado -a partir del 2014, cuando el Daesh empezó su expansión- a Raqqa se le reservó un papel especial. Y la plaza de la Torre del Reloj fue su escenario. Es ahí donde los yihadistas practicaban sus ejecuciones y donde tenían su centro de operaciones. «En la plaza se hacían unas 13 ejecuciones al mes. A los que acusaban de espías, blasfemos o asesinos les cortaban el cuello por delante. Los magos eran decapitados por la espalda, y a las mujeres las mataban con pistolas», explica a The Guardian un vecino que huyó de la ciudad.

EN RUINAS / Algunos de sus dirigentes -muchos de ellos ya muertos- vivieron en Raqqa y se cree que el líder, Abu Bakr al Bagdadi, se escondió allí algún tiempo. Su paradero es ahora desconocido, y, de hecho, no se sabe si está vivo o muerto.

Pero ayer Raqqa, una ciudad en ruinas tras cuatro meses de larga batalla, quedó liberada de las manos yihadistas, y la poca población civil que había quedado atrapada en el enclave, unas 3.000 personas, podrán por fin dejar la guerra atrás. Al menos eso sería lo deseable.

Aunque no les será fácil: según el Observatorio Sirio de los Derechos Humanos (OSDH), durante la batalla por la ciudad han muerto 1.130 civiles. Y sus responsables no han sido solo los militantes del Estado Islámico, que usan a la población civil como escudo humano. Según un informe del OSDH, los bombardeos de la coalición internacional liderada por EEUU han matado a 270 niños. Y en las afueras de la ciudad hay 240.000 refugiados que esperan volver a Raqqa cuando se reconstruya.

La ciudad, han explicado las SDF (Fuerzas Democráticas de Siria), fue finalmente retomada durante la madrugada del lunes al martes, cuando los yihadistas la abandonaron al fin. Allí, dicen, solo quedaron algo menos de 300 miembros del EI que se negaron a ser evacuados y a entregar la ciudad. Muchos otros (aunque vaya en contra de su credo) sí que se acogieron a las condiciones de las SDF, que la semana pasada pactaron con los terroristas dejarles marcharse o rendirse. Los yihadistas sirios (un millar) lo hicieron, y en Raqqa solo quedaron los extranjeros.

«Mostraron su perseverancia en la plaza. Pero rompimos sus defensas y han sido expulsados del centro de la ciudad. Ahora solo hay algunos combates cerca del estadio municipal, en las afueras, que también ha sido capturado», declaró ayer a la la prensa un comandante de las SDF.

El portavoz de la coalición, el coronel Ryan Dillon, aseguró además que «aún quedan explosivos en algunas áreas de la ciudad, de manera que se continuará limpiando debidamente estas zonas».

«El mayor reto en Raqqa será tanto la batalla en sí como dar seguridad y estabilidad después de la expulsión del Estado Islámico -escribió el analista sirio Hassan Hassan en un artículo publicado al inicio de la contienda-. Cuando el Estado Islámico capturó Raqqa logró entenderse con los líderes tribales, y no encontró resistencia por parte de otros grupos rebeldes. A causa de esto, el EI se pudo dedicar a construir alianzas con las comunidades locales de Raqqa, y a resolver disputas entre ellas».