Dos noticias han ocupado esta semana las portadas de los periódicos: el clima de tensión social en el Magreb y el espectacular descenso de pateras y cayucos llegados a España en el 2010. Aunque fueron ofrecidas como informaciones independientes, eran en realidad dos caras de la misma noticia. "La inmigración llevaba décadas actuando como la válvula de una olla exprés. Una vez taponada, irremisiblemente tenía que explotar", dice el marroquí Hamza Chadli, de 34 años, doctor en Derecho Internacional.

Como a millones de jóvenes magrebís, a Chadli de poco le ha servido su formación universitaria y su amplísima cultura. Ni en su país, ni aquí. Ahora trabaja como jardinero para un patán de Murcia que le pregunta si en Marruecos hay playa. Con una mezcla de perplejidad y admiración, ha seguido los acontecimientos en Argelia y Túnez, eso que él llama "la revuelta de los atrapados". De todo lo que ha visto y leído, una imagen se le ha quedado grabada: "En Al Jazira explicaron una historia de varios chavales tunecinos que, en cuanto comenzó el lío, corrieron hasta el puerto y se subieron a un yate, propiedad de la familia del dictador Ben Ali o de esa cuasi mafia que describen los cables de Wikileaks. Y en esa patera de lujo se largaron hacia Italia". Pero ahora la cuestión no es largarse, sino quedarse. Ya no es nada fácil cruzar ni por el Estrecho ni por Lampedusa, ni tampoco hay trabajo en Europa para quienes lo consigan.

Hora de alzar la vista

Por eso, los jóvenes han dejado de mirar hacia horizontes lejanos y, por fin, alzan su vista sobre el tirano. En Mauritania, dictadores continuamente derrocados por otro dictador, mientras el pueblo se muere de hambre. En Marruecos, la bulimia territorial del rey Mohamed VI y su control total sobre la religión, la política, la justicia, el Ejército y la economía del país. En Libia, el gran camelo retórico de la revolución popular de Gadafi. En Argelia, una oligarquía militar que mantiene al presidente Buteflika y no reparte los grandes beneficios derivados del gas y el petróleo. Y en Túnez, los excesos de Ben Alí y señora.

Aunque se habla de una revolución del hambre, por la subida de los precios y el retroceso de los salarios, en un entorno de paro de universitarios superior al 60%, la mecha se ha encendido en los dos países más ricos de la zona. "Esto no es tan simple como una revolución del pan", dice el argelino Amine Chedou, de 38 años, licenciado en Económicas y con un sueldo de 120 euros como administrativo de una multinacional en Argel. "Esta será, si nos dejan, una revolución del hartazgo contra la co