Cada día durante los dos últimos meses, en torno a un centenar de personas llega a Grecia desde Turquía. Hace un año la media diaria era de 17. Los números están lejos de los del 2015, pero han crecido. Los barcos que consiguen entrar en aguas griegas son interceptados por la policía y sus pasajeros, enviados a los campos de las islas, desde esperan que se tramite su petición de asilo. «La situación es muy mala. El campo es peligroso, hay peleas diarias, y el agua y la comida son siempre insuficientes», dice Marwan. Moria fue diseñado para albergar 700 personas cuando comenzó la crisis de refugiados, hace tres años. Luego, ante el incesante flujo de gente, se amplió la capacidad a 2.500. Hoy en Moria viven 8.000 personas.

El campo está gestionado por el Gobierno y tiene comisaría de policía, barracones con literas para los refugiados, comedores, patios y suelos asfaltados. Pero esta es solo una parte; al otro lado del alambre, en lo que antes era un campo de olivos, está la otra Moria. El suelo, aquí, es arena si hace sol; barro si llueve. Los baños son portátiles y nunca funcionan. La gente vive en tiendas de campaña superpuestas una encima de la otra. Nadie gestiona los residuos: las intoxicaciones y infecciones son constantes.

«Esto es lo que pasa cuando atrapas a tanta gente en un campo inhumano sin servicios básicos», dice Luca Fontana, coordinador de Médicos Sin Fronteras en Lesbos. Mientras habla, Fontana se va encendiendo. Su cara transpira indignación: «Esto es lo que la política de migración de la Unión Europea está haciendo. Quita el futuro de las manos de la gente que está aquí atrapada. Esto es una lucha constante para conseguir algo de comida. Para ducharse, para ir al baño. Viven siempre con la duda de no saber si van a ser deportados. Se les quita todo el control sobre sus vidas. Y, claro, entonces aparecen la violencia y la inseguridad. Ha habido violaciones y torturas entre refugiados en el campo», dice.

CRECE LA FRUSTRACIÓN / También los problemas fuera del campo han crecido. La frustración entre la población griega de Lesbos crece: sienten que Europa se ha olvidado de ellos, que les han dejado solos a la hora de afrontar una situación que lleva años sin mejorar. «El mundo debería dar las gracias a la gente de Lesbos. Nuestra generosidad ha sido enorme. Pero llevamos tres años con esta crisis y parece no haber solución. Al final, aparecen conflictos. La criminalidad ha aumentado en la isla», explica Emmanuel Chatzichalkias, abogado nacido en Lesbos.

Entre los muros de Moria -y rodeándolos— hay sirios, iraquís, afganos, congoleños de la República Democrática, paquistanís, kurdos, bangladesís, yemenís, egipcios, eritreos, cameruneses, senegaleses, palestinos, iranís, nepalís, somalís, georgianos y algunos turcos. En Lesbos, la desesperación es generalizada, y los grupos de extrema derecha, como Amanecer Dorado, la usan para atizar el conflicto.