Millones de israelís desafiaron ayer la horrenda climatología y el sopor de la campaña electoral más insustancial de las que se recuerdan para votar en una elecciones que apuntaban anoche a un desenlace dramático. Según las encuestas de los tres principales canales de la televisión israelí, al cierre de los colegios electorales, la ministra de Exteriores, Tzipi Livni, habría logrado superar la ventaja que durante semanas le ha sacado Binyamin Netanyahu. Los sondeos le otorgaban entre dos y tres puntos de ventaja tras una jornada marcada por una participación del 65%, un punto y medio más que en el 2006.

Al compás de la Hatikva, el himno de Israel, la euforia se desató en la sede de Kadima, el partido de centroderecha creado por Ariel Sharon a finales del 2005. "Israel ha elegido a Kadima", dijo Livni. Pero es pronto para que la sucesora de Ehud Olmert pueda cantar victoria, algo que también hizo Netanyahu afirmando que él será el próximo primer ministro.

Los sondeos daban a Kadima entre 30 y 29 escaños frente a los 27-28 del derechista Likud. El tercer puesto iría para el xenófofo moldavo, Avigdor Lieberman, con 15 escaños, dos más que el Partido Laborista de Ehud Barak, el perdedor anunciado de estos comicios. El resultado definitivo podría conocerse hoy, aunque si se mantiene la estrecha diferencia habría que esperar algún día más. En 1996, el recuento posterior de los votos de los soldados dio a Netanyahu la victoria in extremis sobre el hoy presidente Shimon Peres. La tragedia de Livni ahora es que ni siquiera el triunfo le garantiza el Gobierno. Lo va a tener muy difícil para ensamblar una coalición. Los sondeos dan al bloque de centroizquierda, partidario de continuar con las negociaciones con palestinos y sirios, 56-57 escaños frente a los 63-64 de la derecha. El mínimo para gobernar son 61.

Durante la jornada, Livni llamó a votar "desde la esperanza" y no desde la "desesperación y el miedo". Esa puede haber sido su gran baza. Livni no garantiza un acuerdo con los vecinos árabes, pero sí la continuidad de las negociaciones deseada por muchos israelís, un tema casi inexistente en una campaña monopolizada por la seguridad. Netanyahu, en cambio, es sinónimo de parálisis. Se opone a toda concesión territorial: ni Jerusalén, ni el grueso de los asentamientos ni el Golán sirio.

La jefa de la diplomacia israelí se muestra, como Netanyahu, favorable a formar un Gobierno de unidad nacional. Pero partidos como el Shas, al que los sondeos dan 11 escaños, ya han dejado claro que no la apoyarán. Tampoco el Israel Nuestro Hogar de Lieberman parece ver con muy buenos ojos su liderazgo. Por tanto los vientos soplan a favor de Netanyahu, un político al que los programas satíricos en Israel caricaturizan como un mentiroso compulsivo. Bibi se ha presentado como la opción del cambio, explotando tanto su puño de hierro como su experiencia el frente del Ministerio de Finanzas como garantía para afrontar el seísmo económico global. A ojos de la izquierda, sin embargo, sus recetas ultraliberales hundieron el Estado de bienestar.

EL GRAN PERDEDOR Ahora, Lieberman tendrá la llave del Gobierno. "El es el ganador de las elecciones y quien decidirá el puesto de primer ministro", decía anoche el analista Menahem Hofnung. La pelota está también en el tejado del presidente Shimon Peres. Tradicionalmente el jefe del Estado ha encargado al candidato más votado la formación de Gobierno, aunque por ley corresponde al político con más opciones para armar una coalición. Peres tiene cuatro días para decidir. Después, a Livni o Netanyahu les restarán otros 42 días para formar Gobierno. En cualquier caso, el perdedor es el proceso de paz.