De casi todo lo que ha ocurrido y de lo que no ha llegado a suceder desde 1993. En su confesión en un juicio en la base de Guantánamo para determinar su condición de "combatiente enemigo", el paquistaní Jalid Sheij Mohamed no solo se autoinculpó de ser el cerebro "de cabo a rabo" de los atentados del 11-S, sino que admitió una treintena de ataques y de intentos de atentados que van desde el primer golpe contra el World Trade Center de 1993 hasta la decapitación del periodista estadounidense Daniel Pearl en el 2002.

"El lenguaje de la guerra son las víctimas", dijo Mohamed en la transcripción del juicio que parcialmente ha hecho pública el Pentágono. Y, según su propia confesión, este paquistaní de 41 años --educado en Kuwait y que se graduó en una universidad de Carolina del Norte-- tiene muchas víctimas en su haber: el 11-S, Pearl, el atentado contra las discotecas de Bali, los ataques contra las embajadas de EEUU en Kenia y Tanzania, y operaciones como intentar volar un avión con explosivo escondido en zapatillas deportivas.

LOS PLANES Aunque más espectacular, casi, resulta la lista de acciones que Mohamed dice que planeó y que no se perpetraron: volar el canal de Panamá, el Big Ben, la sede de la OTAN, centrales nucleares en EEUU, la Torre Sears de Chicago, el Empire State Building y la Bolsa de Nueva York. Por no hablar del asesinato de expresidentes como Jimmy Carter y Bill Clinton y el de Juan Pablo II.

Todo ello lo confesó Mohamed en una sesión a puerta cerrada de un tribunal de Guantánamo, sin abogado --estos tribunales, condenados por organizaciones como Human Rights Watch, impiden la presencia de letrados y solo permiten "asesores personales"-- y, según su propia declaración, "sin sufrir presiones". Mohamed, detenido en Rawalpindi (Pakistán) en el 2003 y recluido en cárceles secretas de la CIA hasta que en el 2006 fue trasladado a Guantánamo, sí denunció que en los interrogatorios de la CIA sufrió torturas.

"Necesitamos saber si esta supuesta confesión sería suficiente para condenarlo en un juicio justo o si tendría que ser suprimida como resultado de haber sido obtenida bajo tortura", dijo Kenneth Roth, director ejecutivo de Human Rights Watch.

Tal vez por estas dudas, la prensa de EEUU reaccionó con prudencia a la confesión de Mohamed, que en un largo monólogo se definió como "un revolucionario" en guerra contra EEUU. Una etiqueta que hay que coger con cierta precaución: en el 2005, la Comisión del 11 de Septiembre describió sus declaraciones como "un teatro, un espectáculo de destrucción en el que Mohamed se cita a sí mismo como el superterrorista".