El debate nacional lanzado por Emmanuel Macron para calmar la cólera de los chalecos amarillos ha rebajado la temperatura de la crisis que estalló hace dos meses en protesta por la subida del precio de los carburantes. Los más aguerridos aún mantienen el ritual de desfilar cada sábado por París y las principales ciudades francesas. Pero la movilización se debilita. Las medidas adoptadas por el Gobierno, el frío, la orden policial de desmantelar las rotondas, las escenas de violencia y el cansancio tienen reflejo en las cifras de manifestantes: de 282.000 el 17 de noviembre -primer acto de la revuelta- a 70.000 el 26 de enero.

Eso no quiere decir que las razones del malestar desaparezcan, advierte el sociólogo Alexis Spire. «Hay signos que hacen pensar que el movimiento puede cobrar un nuevo impulso. El riesgo es que vuelva con más fuerza tras el debate si las cosas no cambian». A su juicio, si Macron se limita a responder con reformas institucionales -una dosis de proporcionalidad en las elecciones legislativas o ampliar el recurso del referéndum- reducirá la crisis a una dimensión política sin atajar la desigualdad social y fiscal que está en el origen del descontento.

Nacido en las redes sociales al margen de partidos y sindicatos, el movimiento evoluciona. Ahora es ideológicamente más heterogéneo y está más dividido desde el punto de vista estratégico, observa el politólogo de la Universidad de Niza Gilles Ivaldi. De las reivindicaciones iniciales, centradas en el poder adquisitivo, se ha pasado a peticiones políticas, como el referéndum de iniciativa ciudadana o la supresión del Senado.

Las escisiones también se multiplican sobre el futuro del movimiento, como muestran las reacciones adversas al anuncio de una lista de chalecos amarillos en las elecciones europeas del próximo mayo. «Hay una corriente fuertemente antipolítica que no cree en la lógica representativa y otra, que tampoco es homogénea, favorable a una expresión más estructurada. Es el mismo debate que tuvieron los movimientos de ultraderecha hace 40 años: o quedarse en el activismo o constituirse en partido para entrar en el juego democrático».

Albert Ogien, investigador del Centro Nacional de Investigación Científica, añade que las reivindicaciones difieren en función del territorio y que, allí donde el partido de Marine Le Pen es fuerte, como el sureste y el norte, en los campamentos de chalecos amarillos montados en las rotondas había eslóganes contra inmigrantes y extranjeros. «Entre ellos hay gente que no vota y sin compromiso político, pero también hay militantes que no se presentan como tales. El partido de Le Pen ha jugado a no aparecer al frente del movimiento, pero sus militantes estaban ahí», dice Ogien.

Para Ivaldi, el fenómeno refleja la clara división sociológica y geográfica que se vio en el duelo presidencial entre la candidata ultraderechista y Macron en mayo del 2017. Y aporta otro dato: ni siquiera los dos grandes partidos populistas franceses -la Izquierda Insumisa y Reagrupación Nacional- pueden responder a las demandas de los chalecos amarillos. «Es un movimiento espontáneo que no pasa por los canales de esos partidos».

Los indignados de España

Para Spire, se trata de una reacción a la crisis económica similar a la de los indignados en España, protagonizada por clases medias y funcionarios que no tienen nada que ver con los movimientos populistas. «Tienen la idea de que existe una connivencia entre el Estado y los intereses económicos multinacionales. En Francia, Macron es la síntesis de esa sospecha, porque viene de la banca y se ha convertido en el presidente de la República», dice.

¿Cuál es el margen de maniobra de Macron una vez acabado el paréntesis de la consulta nacional? «El debate calmará los ánimos, y puede tener un efecto positivo sobre su popularidad, pero nada indica que las políticas vayan a cambiar para resolver los retos que han puesto encima de la mesa los chalecos amarillos -explica Ivaldi-. La única ventaja de Macron respecto a sus predecesores es que está solo. No hay una oposición estructurada. Ni a derecha ni izquierda hay un partido de gobierno creíble».