A Emmanuel Macron le va a costar trabajo apagar la cólera de los chalecos amarillos. Las protestas y los enfrentamientos con la policía volvieron ayer a las calles de las principales ciudades francesas tras la pausa navideña. Unas 50.000 personas se manifestaron en toda Francia en la octava jornada de movilización. Son 18.000 más que el pasado 29 de diciembre pero menos que las 280.000 que desfilaron el 17 de noviembre, pistoletazo de salida a la ola de contestación.

En París, donde la policía calcula que se dieron cita unas 4.000 personas, los disturbios empezaron a primera hora de la tarde. Los muelles del Sena, cerca del Ayuntamiento de la capital, se convirtieron en un intercambio de proyectiles y gases lacrimógenos entre agentes y manifestantes. En el bulevar Saint Germain, elementos radicales que no portaban el chaleco amarillo levantaron y prendieron fuego a barricadas ante la mirada atónita de los turistas.

Mientras, el portavoz del Ejecutivo, Benjamin Grivaux, tuvo que ser evacuado después de que unos vándalos irrumpieran en el patio del ministerio de Relaciones con el Parlamento, cerca de la Asamblea Nacional después de haber derribado una verja.

Aunque la intensidad del conflicto baja, el pulso con el poder amenaza con enquistarse. Después de adoptar una primera salva de medidas para paliar el descontento surgido por la subida del impuesto a los carburantes, y de mostrar un talante comprensivo con el malestar de unas clases medias olvidadas durante décadas, el Ejecutivo opta ahora por endurecer el tono.

Su portavoz, Benjamin Grivaux, calificó el viernes de «agitadores» a quienes siguen dispuestos a ocupar rotondas y patear las calles cada sábado portando el chaleco fluorescente que les ha hecho visibles. «Se ha convertido en un movimiento de agitadores que quieren la insurrección y, en el fondo, derrocar al Gobierno. Se han comprometido en un combate político para contestar la legitimidad del Gobierno y del presidente de la República», dijo.

La breve detención el pasado miércoles de Drouet, un mediático camionero de 33 años que llegó a animar en su día a entrar el en el Elíseo, ha podido servir de estímulo a muchos manifestantes dispuestos a demostrar que el conflicto no se ha terminado.