A una semana de su muerte, son pocos los que en Chile derraman sus lágrimas por el dictador Augusto Pinochet. Cartas de agradecimiento por la "obra" del régimen en el correo de lectores del diario conservador El Mercurio , algunos comentarios ocasionales en la televisión y el nostálgico arrebato de un general del Ejército dan cuenta de un tema que divide a la sociedad en lo que respecta a su pasado, pero que no tiene por el momento suficiente peso como para definir la agenda del futuro.

El general Ricardo Hargreaves hizo un insólito panegírico del dictador. "Luchó por lo que creyó que era importante para Chile. Yo fui partícipe de esa causa, la compartí plenamente y la sigo compartiendo", dijo.

Al escuchar su arenga, el actual jefe de las Fuerzas Armadas, el general Oscar Izurieta, ordenó su baja y emitió la clara señal de que no se tolerarán opiniones semejantes. Hargreaves se fue a su casa y solo recibió el apoyo de los generales retirados.

Por lo demás, la mayoría de los chilenos siguen de luto, pero por razones futbolísticas. Colo-Colo, el equipo más popular de este país, perdió la final de la Copa Suramericana el miércoles. Todos pensaban que eso sería imposible. Hasta tal punto que la presidenta, Michelle Bachelet, fue al Estadio Nacional a gritar los goles chilenos. Pero los mexicanos arruinaron la celebración.

Bachelet pretende reformar el sistema de jubilación privada. El Gobierno quiere garantizar una pensión básica universal de 150 dólares (115 euros). La iniciativa --que beneficia a los más pobres y a las mujeres-- será financiada con los ingresos del cobre, el principal producto exportador de Chile y sin subir impuestos.

La realidad es que el 90% de los chilenos mayores de 60 años carecen de una pensión o viven con menos de 130 euros al mes. La Central Sindical Unica (CUT) rechazó el proyecto por no tocar el corazón del negocio de las pensiones privadas y se mostró a favor de la jubilación estatal.