Sin un contagio en más de un mes, rebajado el nivel de emergencia y jubilado el uso obligatorio de las mascarillas. Pekín inaugura hoy la Asamblea Nacional Popular (ANP) o lianghui, el mayor acontecimiento político del año, para escenificar la entrada en una nueva normalidad que no es igual a la vieja pero se le parece mucho. Pekín también ha recortado la duración del cónclave de sus 11 días a una semana, sometido a test en las vísperas a sus delegados, reducido las acreditaciones de la prensa y programado algunas reuniones a través del vídeo.

La pandemia aplazó la Asamblea por primera vez desde la Revolución Cultural. Es previsible que esta edición se consagre al canto victorioso en la «guerra popular» contra el coronavirus bajo la égida presidencial de Xi Jinping. China ha repetido en las últimas semanas que la capitulación del enemigo estaba próxima pero subrayando los esporádicos brotes en el sur o la frontera rusa como recordatorios de que una chispa prende el prado.

EEUU Y LA OMS / Del discurso del primer ministro, Li Keqiang, se espera que profundice en el justificado regocijo por superar la crisis con un esfuerzo solidario y en el rol chino de faro global ante la dejación de funciones de Washington. China anunciaba esta semana una inyección de fondos a la Organización Mundial de Salud que dobla los cancelados por Trump y una lluvia de yuanes a los países en desarrollo para que vadeen la pandemia. No se espera que Li sea muy minucioso sobre los errores cometidos en las primeras fases que han castigado la imagen global de China.

«Uno de los indicadores de que China ya se sentía segura fue el anuncio en abril de la Asamblea», señala Stanley Rosen, profesor de Ciencia Política en el Instituto Estados Unidos-China de la Universidad de South Carolina. «La gente en Pekín piensa que el final del lianghui supondrá un paso muy importante hacia la recuperación de la normalidad», añade.

La inauguración de la Asamblea es una suerte de discurso sobre el Estado de la nación que incluye un balance de aciertos y errores y adelanta los futuros vectores políticos. La liturgia reserva los titulares a los pronósticos del crecimiento económico y al presupuesto militar.

Del primero solo se esperan fórmulas vaporosas como «alrededor del 6%» porque la incertidumbre aconseja prudencia. El 6% rebajaría una décima el crecimiento del pasado año y le permitiría cumplir el objetivo de doblar este año el PIB del 2010.

China se esfuerza en recuperar el ritmo económico, pero el hundimiento de sectores como el ocio y el turismo o las cautelas para evitar el contagio lo frenan. El país sufrió el pasado cuatrimestre su primera contracción desde 1992 y se teme que el desempleo, un factor que aterroriza a Pekín por su conflictividad social, supere en mucho las cifras oficiales

El estamento militar confía en que se iguale o supere el anterior incremento del 7,5%. En Pekín preocupa la hostilidad desatada de Donald Trump, ocupado en culparla de su calamitosa gestión con delirantes conspiraciones sin sustento científico Las inquietantes comparaciones de Trump del «virus chino» con Pearl Harbor y los coqueteos cada vez más públicos de su Administración con Taiwán anticipan unos meses áridos.

La conflictividad con Hong Kong asoma también en el horizonte. China aprobará una propuesta para que la ley hongkonesa persiga las «actividades secesionistas y subversivas, la interferencia extranjera y el terrorismo» según, informan varios medios locales.

El diario hongkonés South China Morning Post indica que esta nueva normativa prohibiría todas las «actividades sediciosas encabezadas a derrocar al Gobierno central», los «actos terroristas» y la «interferencia externa en los asuntos de Hong Kong». Esta decisión sería la respuesta del Gobierno central chino a los meses de protestas en Hong Kong y a su cada vez menor confianza en las autoridades de la ciudad.