China inició sus dos únicas semanas al año de política parlamentaria señalando las sombras de su milagro económico: la brecha entre pobres y ricos y la factura medioambiental. "Nuestro modelo de crecimiento es ineficaz. Debemos dar más importancia al ahorro energético y proteger la naturaleza", dijo ayer el primer ministro, Wen Jiabao, en la apertura de la Asamblea Nacional Popular (ANP, el legislativo chino).

Antes del propósito de enmienda, Wen había reconocido el fracaso en las metas del año pasado: la prometida bajada del 2% de emisión de gases contaminantes acabó en una subida del 2%, y el descenso del consumo de energía por unidad de PIB, pronosticado en un 4%, se quedó en el 1,4%. Wen no fijó ayer objetivos medibles.

La solución está en incrementar la eficacia, porque China se niega a frenar el desarrollo como le piden ahora países plenamente desarrollados en nombre de la salud global. "El cambio climático es resultado de un largo proceso histórico de emisiones de países del primer mundo", había respondido China a un reciente estudio de la ONU.

LLUVIA ACIDA Tras más de dos décadas de crecimiento galopante, China es una calamidad ecológica: tiene 16 de las 20 ciudades más contaminadas del mundo, la mitad de sus ciudades sufren lluvia ácida y hay 400.000 muertos al año por el aire viciado.

El consumo energético por unidad de PIB es siete veces superior al de Japón, seis al de EEUU y casi tres al de la India. A eso se suma la dependencia del carbón (que produce el 80% de la energía) y la dificultad de sustituirlo por otras fuentes más limpias.