En 1978 empezó en China la mayor transformación económica y social de la humanidad: nunca tanta gente ha mejorado tanto en tan poco tiempo. Aquel país apolillado es clave hoy en la resolución de cualquier conflicto geopolítico, requerido cuando azota la crisis global, y ocupará la cima mundial en dos décadas. Aquellos ubicuos vestidos Mao y cortes de pelo a cepillo han sido sustituidos por la moda más colorista. Las colas en las tiendas de racionamiento se repiten hoy en oficinas de la bolsa. Los matrimonios no son concertados por los padres ni supervisados por la Unidad de Trabajo, que tampoco impone profesión ni vivienda.

Muerto Mao dos años antes y desactivada la radical Banda de los Cuatro, Deng Xiaoping supo que debía desnudar a China de sus pesados ropajes ideológicos. Más arroz y menos dogmas, fue el mensaje. El socialismo con características chinas, feliz eufemismo del arquitecto de las reformas, es un cesto en el que cabe todo, siempre que funcione.

Aunque China es nominalmente comunista, su deriva es inequívoca: la Bolsa de Shanghái abría en 1990, el Partido Comunista aceptaba a empresarios en el 2002, una enmienda constitucional reconocía la propiedad privada en el 2004 y los agricultores pueden arrendar e hipotecar sus tierras desde este año.

PACTO SECRETO El pacto secreto que 18 agricultores firmaron con sangre hace 30 años en Xiaogang (Anhui) se conserva en una urna como un tesoro nacional. Cansados del hambre causada por las improductivas comunas, acordaron repartirse las tierras y vender el excedente de las cuotas obligatorias. En la vecina provincia de Zhejiang, los campesinos abrían negocios privados con las prohibidas redes de préstamo locales y los disfrazaban de filiales de compañías estatales.

En otros tiempos, delitos tan capitalistas les habrían causado problemas muy serios. Pero funcionó, Pekín los elevó a ejemplo y extrapoló el sistema a escala nacional. Cualquier gato que cace ratones sirve, aclaró Deng. Tras décadas de ideología delirante, Pekín instauró el pragmatismo y se aprovechó de la ancestral habilidad de sus ciudadanos para medrar con los corsés legales más apretados.

Sin precedentes mundiales de tránsito de una economía de mercado a capitalista, Pekín hubo de descubrir su camino. Lo hizo con modestia, con el método de prueba-error: era habitual aplicar las nuevas medidas a zonas o sectores específicos para calcular su eficacia y corregir errores. A principios de los 80 convirtió a pueblos de pescadores en Zonas Económicas Especiales, burbujas ultracapitalistas con exenciones fiscales y abundancia de inversión extranjera. Shenzhen, la primera, es hoy la ciudad más moderna de China.

DERECHOS HUMANOS Es globalmente ignorada la eficacia del Gobierno chino, eclipsada por su política de derechos humanos. Los mejores cerebros se encierran durante semanas y discuten hasta acordar los pasos a seguir. No es casual, pues, que la renta per cápita se haya multiplicado por 40, que China encadene tres décadas con crecimientos económicos del 10%, que haya sacado a más de 600 millones de personas de la pobreza o que, en un contexto de crisis global, China parezca el país más a salvo.

Los que sostienen que el éxito era fácil porque se partía de muy abajo tienen un problema con Rusia. Con población y pobreza comparables, su tránsito de economía planificada a economía de mercado acabó con el saqueo del país y su descomposición. China desoyó las recetas liberales que aplicó Rusia y sigue con su proceso gradual, controlado.

Desde Occidente se lleva anunciando el inminente colapso de la fórmula china --abrir la mano económica y mantener cerrada la política-- desde hace 30 años, pero nunca el Partido Comunista ha tenido un mayor respaldo popular que hoy. Aquella clase media, llamada a exigir más democracia cuando cubriera sus necesidades básicas, es apolítica y defensora del statu quo.

COBERTURA SANITARIA El reto inmediato es sustituir el "cuenco metálico de arroz" maoísta por un sistema de cobertura social y sanitaria en las clases más bajas. China no es solo el país que más ha cambiado en los últimos 30 años, también será el que más cambiará en los próximos 30. La crisis es un imprevisto en un camino irreversible. No es probable que la policía vuelva a las calles para reprimir la moda a tijeretazos.