El hijo de Alberto Fujimori escuchó al otro lado del teléfono la voz exultante de su padre mientras atravesaba el cielo peruano en un avión de alquiler con destino a Chile. "Kenji, levántate, estoy pasando por Lima". Y cuando colgó no le quedaron dudas: era cuestión de tiempo que regresara al país del que había huido en el 2000 y se sentara nuevamente en el sillón presidencial. Han pasado 12 días, y aquel optimismo radiante se ha evaporado.

La Corte de Apelaciones de Santiago ha ratificado la prisión preventiva contra Fujimori y encima se le ha ido su abogado. "No me pronunciaré sobre la extradición porque no quiero perturbar el trabajo legal que se está haciendo. Pero estamos por buen camino", dijo el presidente peruano, Alejandro Toledo, al conocer el fallo. Encerrado en la Escuela de Gendarmería, El Chino no espera nada bueno de su soledad.

"¡Ni olvido ni perdón!"

El 87% de los chilenos quieren que lo expulsen a Perú, donde el martes, miles de personas se manifestaron al grito de "¡ni olvido ni perdón!" para reclamar que lo extraditen. "Fue una marcha multitudinaria, que hizo recordar las históricas jornadas del 2000, que provocaron su caída", señaló el diario La República .

Los ecos de esos gritos resuenan en Santiago. Fujimori llegó allí con desparpajo y el doble propósito de relanzar su figura política cara a los comicios de abril del 2006, así como tratar de dejar sin efecto la veintena de procesos que tiene abiertos por violación de los derechos humanos y diferentes hechos de corrupción. Chile --pensó-- le ofrecía garantías jurídicas y Lima no tendría tiempo suficiente para argumentar la necesidad de extraditarlo. Fujimori creyó también que podría sacar ventaja del reciente conflicto limítrofe entre Chile y Perú.

Los cálculos le fallaron y, a estas alturas, razonó el diario La Tercera de Santiago, "debe estarse preguntando" si "no era lo más conveniente" aterrizar directamente en Lima.

"Yo soy un Chinochet", decía Fujimori sobre sí mismo en 1995, y rendía de esa forma tributo al dictador chileno. Durante su mandato, Fujimori no sólo trabó buenas relaciones con la derecha de ese país y el mundo de los negocios, al que le abrió las puertas en Perú. Un sector de la Concertación, que gobierna desde principios de 1990, lo llegó a considerar un interlocutor fiable. Nadie, sin embargo, salió en su ayuda cuando fue arrestado. "Chinochet se equivocó de Chile", señaló, al respecto, el semanario peruano Caretas .

Presencia incómoda

Fujimori no advirtió que las cosas habían cambiado allí y que tanto el presidente, Ricardo Lagos, y su probable sucesora, la socialista Michelle Bachelet, lo consideran algo más que una incómoda presencia.

Fujimori siempre fue visto como un hombre frío e implacable en sus movimientos. Algunos se preguntan cómo es posible que haya caído en su propia trampa. Todos coinciden: nunca dejó de sentirse invulnerable. Y por eso le ocurrió lo mismo que a Augusto Pinochet en 1998, cuando viajó despreocupado a Londres y fue detenido por orden del juez español Baltasar Garzón. "Fujimori se ha hecho un harakiri", opinó uno de sus exministros, el jurista Javier Valle Riestra. "Me atrevo a vaticinar, sin necesidad de ser Nostradamus, que la extradición será rechazada por Chile dentro de algunos meses, dando lugar a que Chile expulse por indeseable y por maleante a Fujimori de regreso a Japón", estimó Valle Riestra. A Fujimori le queda ahora sólo abrazarse a esa profecía.