Los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre del 2001, supusieron un mazazo para quienes, como Francis Fukuyama, pensaron que la caída del muro de Berlín y el fin del comunismo iban a significar el fin de la historia.

Dicho esto, nos equivocaríamos si pensáramos que todas las cosas que han cambiado en estos últimos cinco años son consecuencia pura y simple del 11-S, puesto que lo más importante que se ha producido en este tiempo ha sido la intensificación de la globalización como resultado de los progresos tecnológicos asociados al transporte, a las comunicaciones, a la sociedad de la información y, también, a las normativas liberalizadoras que han ido haciendo más permeables las fronteras nacionales que conforman lo que Thomas L. Friedman ha llamado los "aplanadores" hacia un "mundo plano" en su libro La Tierra es plana.

Por eso discrepo de quienes dicen que el 11-S marca un antes y un después, aunque forzoso es reconocer que ha tenido una serie de impactos y ha desencadenado una serie de consecuencias en los planos económico, político y social.

En el plano económico, el 11-S agravó la crisis en la que había entrado la economía mundial a principios del 2001, lo cual significó que aquel año registrase la tasa de crecimiento mundial más baja desde 1993 y que la coyuntura económica mundial fuera delicada hasta principios del 2003. Todo ello obligó a los bancos centrales a bajar los tipos de interés a los niveles más bajos de los últimos 40 años, lo cual ayudó, por cierto, a aliviar el servicio de la deuda externa de los países en desarrollo. Desde mediados del 2003, la economía se recuperó con tal intensidad que en el 2004 se consiguió un crecimiento mundial récord del 5%.

Pero el 11-S tuvo efectos económicos colaterales importantes. Como reacción a la crisis, la Organización Mundial del Comercio (OMC) abrió la ahora embarrancada Ronda de Doha y admitió a China, lo cual ha sido tan importante como la designación de Pekín sede de los Juegos Olímpicos del 2008 --decidida dos meses antes del 11-S-- para abrir China al exterior.

Acausa del pánico del macroatentado declinaron las inversiones internacionales y se frenaron las cifras de ayuda oficial al desarrollo, hoy --de lejos-- superadas por las remesas de emigrantes. El atentado acercó a Rusia y su energía a Occidente, aunque sin el ingreso ruso en la OMC. El 11-S diluyó, además, las esperanzas de dividendos para la paz a favor de los países en desarrollo que se esperaba siguiera al fin de la guerra fría.

Desde un punto de vista político, el 11-S desencadenó una obsesión antiterrorista que llevó a establecer medidas preventivas que han dificultado el tráfico aéreo y el turismo, y propició la creación de dos nuevos tipos de guerra: la preventiva, lanzada por Bush, Blair y Aznar con la invasión del Irak de Sadam Husein , y la primera guerra entre un Estado (Israel) y una oenegé que unos consideran terrorista y otros patriota (Hizbulá). Estas situaciones militares han producido una profunda división en el mundo, han repercutido en cambios de gobierno (casos de España e Italia) y han hecho decrecer el apoyo popular a Bush y a Blair.

Atentados derivados del de las Torres Gemelas, y de los de Atocha, Londres, Bali y Bombay, han confirmado que la amenaza del terrorismo global --aunque la ONU no consiga consensuar su definición-- existe, así como la situación de enfrentamiento entre países occidentales, determinados grupos integristas islámicos y países derivados del desmembramiento del imperio turco.

Todo ello ha servido también para evidenciar que la lucha contra los grupos terroristas internacionales obliga a otro tipo de carrera de armamentos y a otro tipo de medidas que las aplicadas habitualmente en el pasado. Dos alumnos míos --Xavier Ferrer y Concepción Verdugo-- están precisamente realizando una tesis doctoral que muestra lo mucho que los atentados del 11-S han influido a la hora de elaborar los presupuestos militares y los presupuestos de Defensa e Información de todos los gobiernos, para intentar evitar el terrorismo internacional y sus vías de financiación.

En el plano social, la reciente guerra de las caricaturasde Mahoma ha puesto al descubierto que la sociedad islámica y la sociedad occidental tienen unos valores difícilmente conciliables, lo cual hace muy difícil el entendimiento entre los árabes y los israelís y genera unos movimientos xenófobos y racistas en esta era nuestra de migraciones masivas. Cinco años después de aquel 11 de septiembre, pues, el mundo está profundamente dividido, y ni la Alianza de Civilizaciones impulsada por Rodríguez Zapatero ni las reformas del sistema de la ONU impulsadas por su secretario general, Kofi Annan, o los deseos de la UE de convertirse en algo más que un protagonista de ayuda humanitaria, parecen suficientes para poner a la sociedad mundial en orden.