Medio centenar de soldados estadounidenses han muerto en Irak desde el final de la guerra, o de lo que el presidente de EEUU, George Bush, denominó "el final de los combates". La última víctima fue un militar que el lunes por la noche resultó herido en la espalda por el disparo de un francotirador en Bagdad, y que ayer falleció en un hospital de la capital.

De acuerdo con un balance no oficial, 14 soldados han perecido en ataques de los "fieles a Sadam", como EEUU identifica a la resistencia iraquí, y los restantes 36, en accidentes. Luchar contra los rebeldes armados se ha convertido en una prioridad para las tropas de EEUU, que en los últimos tres días han detenido a cerca de 400 personas en Bagdad y en amplias zonas del oeste y el norte del país, donde la operación Escorpión del Desierto sigue en marcha.

En Faluya, al oeste de Bagdad, donde el domingo las fuerzas ocupantes llevaron a cabo la primera redada en el marco de esta ofensiva contra la resistencia, dos iraquís atacaron con lanzacohetes una posición norteamericana. El ataque no produjo víctimas, y de su inocuidad se sirvieron los estadounidenses para insinuar que la situación en este lugar, uno de los principales focos de inestabilidad en el país, ya no es tan peligrosa como hace días.

El ataque fue obra de "aficionados", según el capitán John Ives, lo cual es un "buen síntoma" ya que muestra que "ya no hay personas con formación o experiencia militar para organizar ataques contra nosotros". El militar afirmó que los atacantes no eran de Faluya, y que por eso no hay razón para que los soldados sigan registrando casas en la ciudad.