Oiga, ¿no le interesa conocer mi opinión?", le preguntaba insistente un iraquí a un reportero. Y es que, junto con las estatuas, cayó también el miedo a hablar. Los iraquís, que bajo el régimen de Sadam Husein eran esquivos con la prensa, que rehuían las preguntas y que contestaban sistemáticamente con alabanzas al poder, se transformaron al paso de los tanques estadounidenses. Ayer, muchos bagdadís buscaban con desespero hablar con los periodistas, como si se hubieran lanzado a una competición para ver quién decía más alto y más claro cuánto había sufrido bajo el yugo de Sadam.

Salman, un joven universitario, pedía turno ante la libreta de notas de un reportero, que no daba abasto para atender a tantos testimonios. "Quiero decirle a Bush que le estoy muy agradecido por haber liberado al pueblo iraquí", afirmó. "Vivíamos bajo un régimen de terror. Si hacías o decías algo que no les gustaba te hacían desaparecer. Sadam tenía a los iraquís cogidos del cuello".

La plaza Fardús, donde se instalaron los tanques de EEUU, se convirtió en lugar de peregrinación. Familias enteras acudían hasta allí para ver de cerca a los soldados norteamericanos de los que tan mal les había hablado la propaganda iraquí.

PETICIONES VARIADAS

Algunos pugnaban por darles la mano; otros les pedían que aceptaran hacerse una foto con ellos, y los más osados rogaban que les permitieran hablar con sus teléfonos satélites con sus familiares en el extranjero. Muchas chicas, guapas y con el pelo descubierto, se dejaban ver, como si una vez finiquitado Sadam el machismo de la sociedad iraquí se hubiera relajado.

Para muchos de estos jóvenes iraquís, que esperan que la nueva era en que entra su país les arranque de la miseria y les permita disfrutar de su juventud, la principal prueba del despotismo de Sadam recaía en los excesos de sus dos hijos, especialmente del mayor, Udai. "Si veía un joven más guapo que él, lo mataba; si veía a una mujer que le gustaba, abusaba de ella aunque estuviera casada o tuviera novio", relató Ahmed, un compañero de Salman.

Junto a ellos, en la céntrica calle Saadún, está Mustaq, un padre de familia en paro y con la dentadura roída por el tabaco barato que denunciaba los privilegios que bajo el régimen de Sadam disfrutaban los iraquís procedentes de Tikrit, la región originaria del presidente. "Con Sadam sólo los tikritis vivían bien. Todo el petróleo era para ellos. Si no eras tikriti, estabas condenado a una vida miserable".

Karin, otro parado, contaba: "La última invención de sus esbirros era coger a las mujeres, madres, hermanas e hijas de los opositores y violarlas ante ellos". "Pero la cosa no acababa ahí", añadió. "Grababan las violaciones y las hacían circular para estigmatizar a esas mujeres y sus familias".

"Los iraquís vivíamos aterrorizados", aportó Marwan, un funcionario al que el régimen asesinó un hermano. "No podías confiar en nadie. Sadam lo llenó todo de espías. Si tu vecino te oía criticar al régimen te denunciaba. Ni siquiera te atrevías a hablar ante tus hijos, no fuera que dijesen algo en la escuela. Espiaban hasta a los niños".

Muchos creen que la libertad ha llegado con los estadounidenses. "Hoy se ha hecho realidad nuestro sueño de vivir libres", exclamó Adnan, un piloto en paro de las líneas aéreas iraquís. Cuando se le comentó que los estadounidenses han matado a muchos civiles durante esta guerra, respondió: "Es una lástima. Pero, aunque muchos iraquís han muerto, quedamos muchos otros que podemos disfrutar de esta libertad. Es el precio a pagar".

"Gracias a mi oficio pude viajar por todo el mundo y conocer a mucha gente importante", explicaba Adnan antes de darse un alarde. "De hecho, soy amigo del Rey de España. ¿No se lo cree?", preguntaba al periodista y, al encontrar incredulidad, gritó a su hijo: "¡Ahmed, vete a buscar la foto!". Al rato, el niño vino con una foto en que Adnan, 10 años más joven, posa junto a Juan Carlos I en el aeropuerto de Hong Kong.

LA TEORIA DEL MAL MENOR

"Yo estoy triste porque haya americanos en mi país", decía Ali, un tendero que enseguida se instaló en la teoría del mal menor: "Bienvenidos sean los estadounidenses si eso sirve para acabar con estos 20 años de guerra, para que se termine el embargo y para que los iraquís podamos vivir en paz".

Para todos ellos, ayer se abrió un mundo nuevo. Para otros, en cambio, se derrumbaba el único mundo que habían conocido. Igual que en España hubo un franquismo sociológico, el sadamismo también prendió en Irak. Por eso, muchos no lograban creerse lo que veían ayer.

"¿Dónde está la Guardia Republicana? ¿Dónde están los fedayines de Sadam? ¿Y los que decían que iban a luchar con su sangre y con su alma?", lamentaba Rachid, un conductor que creía en el Baaz (el partido único en Irak), en Sadam y en la lucha contra el imperialismo. Para él, la jornada le puso en bandeja un hallazgo. "Todo era una gran mentira".

LAS DOS CARAS DE LA MONEDA

Porque en Irak las cosas nunca son blancas o negras. Así, mientras decenas de personas pugnaban por derribar la estatua de Sadam de la plaza Fardús, numerosos iraquís miraban la escena con lágrimas. "Es una humillación --lloraba Mohamed, un funcionario-- que estos borricos americanos se paseen por Bagdad. Están potenciando el caos. Esta anarquía nunca ocurrió con Sadam".

Eran muchos los que vivieron la jornada indignados. "Que te invadan --decía Sami, militante del Baaz-- no es modo de traerte la libertad. Que nadie se confunda, esto es una ocupación, no una liberación".