Deborah Langhoff, una delegada de 69 años de Luisiana, se mostraba “horrorizada de que el momento haya tardado tanto en llegar” y Molly, una estadounidense residente en Londres, subrayaba con lamento que su país está en el puesto 73 en la lista que contabiliza la presencia de mujeres en política (que encabeza Ruanda). Aun así, las dos estaban felices este jueves por la noche. Las dos apoyan a Hillary Clinton. Y en el Wells Fargo Center de Filadelfia donde se ha desarrollado la Convención Demócrata, veían a su candidata convertirse en la primera mujer que acepta la nominación presidencial de uno de los grandes partidos de EEUU.

Esa responsabilidad, que Clinton tomó “con humildad, determinación y confianza en la ilimitada promesa de América”, es el culmen de una ambición personal acariciada por lo menos durante una década por la mujer de 68 años que estudió Derecho en Yale, la esposa que sacrificó aspiraciones para acompañar a Bill Clinton en su carrera hasta la Casa Blanca pero que luego emprendió el camino político que le ha llevado hasta este punto, pasando primero por el Senado y luego por la Secretaría de Estado tras ser derrotada por Barack Obama en su primer intento en el 2008. Y Clinton celebró su “hito”. “Cuando una barrera cae en América, para cualquiera, despeja el camino para todo el mundo”, dijo. “Cuando no hay techos, el cielo es el límite”.

Clinton estaba radiante. Más expresiva que de costumbre. Incluso más suelta. Y también decidida a poner ante los millones de ciudadanos que seguían su trabajado discurso por televisión un retrato de sí misma y de su propuesta política que va más allá de cuestiones de género.

TRUMP, “HOMBRE PEQUEÑO”

Con Donald Trump como nominado republicano, Clinton ve a los estadounidenses ante “un momento decisivo”. Habló de “poderosas fuerzas” que están “desgarrando lazos de confianza y respeto”. Y atacó afiladamente a su rival, al que acusó de alentar el miedo y la división y denostó como “un hombre pequeño” como “los movidos por miedo y orgullo” cuyas guerras temía John F. Kennedy.

“Imagínenlo en el Despacho Oval enfrentando una crisis real. Un hombre al que puedes provocar con un tuit no es un hombre al que podamos confiar armas nucleares”, dijo en uno de sus dardos.

Las líneas de ataque eran, a la vez, la puerta para presentar por contraste sus propias credenciales, su capacitación, su experiencia y, sobre todo, sus propuestas, desde una “reforma migratoria integral” hasta el compromiso de hacer el mayor plan de creación de empleo desde la segunda guerra mundial. Y las planteaba con frases como esta: “No construiremos una muralla, construiremos una economía donde todo el que quiera pueda conseguir un trabajo”, dijo.

Frente a la división que alienta Trump y su visión pesimista, Clinton se presenta ahora con un nuevo eslogan: “Juntos más fuertes”. Y su discurso estuvo plagado de referencias a ese empeño de unidad y a una visión esperanzadora. “Todas las generaciones de estadounidenses se han unido para hacer nuestro país más libre, más justo y más fuerte. Ninguno de nosotros podemos hacerlo solos”, aseguró. “Puede resultar difícil imaginar cómo nos uniremos. Pero estoy aquí para deciros: el progreso es posible”.

EN BUSCA DE LA UNIDAD

Era un mensaje con más de un destinatario. Aunque la coronación de Clinton fue triunfal, la guinda de cuatro días de un espectáculo político de alto voltaje que brilla aún más en comparación con la caótica Convención Republicana de Cleveland, en el pabellón se veía y oía el disenso interno. Muchos delegados del senador Bernie Sanders, que le plantó dura cara en las primarias, vestían visibles camisetas amarillas y lanzaron constantes abucheos, que aunque eran aplacados por gritos de “¡Hillary!” recordaban a la candidata el rechazo de una parte de su propio partido.

A esa parte le tendió ramas de olivo. En un discurso donde sus propuestas políticas reflejan el giro progresista forzado por Sanders en la plataforma adoptada por partido, les aseguró que les ha oído y les dijo: “vuestra causa es nuestra causa”. Les aseguró que el país necesita sus “ideas, energía y pasión”, aunque también les recordó su carácter pragmático al decir que “para impulsar el progreso tienes que cambiar tanto corazones como leyes”.

Clinton apelaba también a votantes independientes, a republicanos desencantados con Trump e incluso a muchos que han convertido sus frustraciones en apoyo al candidato republicano. Lo hacía mostrándose comprensiva con esa frustración y hasta con la furia porque “las cosas no están funcionando aún como deberían” y definiendo al partido demócrata como “el partido de la gente trabajadora”. Y lo hacía también ofreciéndose como “liderazgo firme” para la gente ansiosa y que busca seguridad ante un mundo donde solo decir Bagdad, Kabul, Niza o Bruselas despierta el terror del Estado Islámico.

Fueron, en total, 57 minutos, el discurso, por ahora, más importante de su larga carrera. Está por ver si consiguió aminorar la desconfianza que genera entre casi siete de cada diez estadounidenses. En cualquier caso, y como dijo ella misma, “empieza un nuevo capítulo”. Y quedan muchas páginas por escribir.