Bajo la sombra de la posible modificación del acuerdo de paz con las FARC que supondría la victoria del candidato de centro derecha Iván Duque, y la otra sombra, la que proyecta el programa de ruptura con el establecimiento que propone el aspirante de la izquierda Gustavo Petro, Colombia ha votado este domingo haciendo gala de su condición de país que acaba de superar un grave conflicto armado. Serán “las elecciones más tranquilas de la historia”, destacó el presidente Juan Manuel Santos en su alocución televisada del sábado, mientras que este domingo, al depositar su voto, el mandatario destacó el hecho de que “ningún puesto de votación ha tenido que ser trasladado por razones de seguridad”. Como ocurría hasta hace poco.

Según las encuestas, ni Humberto de la Calle, el negociador jefe del equipo de Gobierno en las negociaciones de paz de La Habana fungido en candidato por el tradicional Partido Liberal; ni Germán Vargas Lleras, vicepresidente de Santos durante tres años e integrante de unas de las estirpes políticas más rancias del país; ni Sergio Fajardo, el aspirante de centro que hizo de la lucha contra la corrupción su bandera electoral, tenían opciones en estos comicios polarizados que prolongan la división que ya reflejó el referéndum por la paz del 2016. También según las encuestas, ni Petro ni Duque tenían suficiente apoyo para imponerse con rotundidad en la primera vuelta, y todo parece abocado a resolverse el próximo 17 de junio, en la segunda ronda electoral.

EN LAS ANTÍPODAS

¿Quiénes son los dos personajes que se disputan la presidencia de Colombia en este momento crucial para el país? Dos personajes en las antípodas. Quizá lo más significativo del perfil de Petro es que se ha convertido en eximio representante de lo que ofrece un proceso de paz: la mutación del combatiente en político. Teniendo en cuenta el momento que atraviesa Colombia, no es baladí. Petro defendió durante años la lucha contra la injusticia social desde las filas del M-19, una guerrilla fundada en 1970 por estudiantes universitarios cuyas acciones siempre tuvieron un ingrediente de espectáculo, sangrientas o no, desde el robo de la espada de Bolívar hasta la toma del Palacio de Justicia, donde murieron casi 90 personas. El M-19 fue la primera guerrilla que firmó la paz con el Estado colombiano, en 1990. Petro se incorporó entonces a la vida civil.

¿Y Duque? Duque es joven. Duque tiene 41 años. Se han hecho muchas bromas en campaña sobre el veloz encanecimiento de su pelo. Esa juventud que sus detractores critican el candidato del Centro Democrático ha intentado volverla ventaja reiterando que ha llegado la hora de que “una generación joven tome las riendas del país”. Hijo de político, estudió Derecho y ha tenido la clase de empleos que envidiaría cualquier aspirante a “dueño del universo” según Tom Wolfe: consultor del Banco de Desarrollo de América Latina, asesor del Ministerio de Hacienda y consejero del Banco Interamericano de Desarrollo. Juventud aparte, lo lastra el hecho de ser visto como un ‘mini yo’ de Álvaro Uribe, su valedor y padrino; o, más allá incluso, la idea de que el líder en la sombra sería el mismísimo expresidente Uribe. Un sambenito que Duque no ha sabido contrarrestar.

"DÉSPOTA DE IZQUIERDAS"

Una vez desmovilizado, Petro inició una fulgurante carrera política que en el 2006 lo llevó al Senado con la tercera votación más alta del país. Allí destacó por su denuncia de la infiltración de los paramilitares en política, que tuvo entre otros efectos la encarcelación de Santiago Uribe, hermano del entonces presidente. En el 2010 se presentó a las elecciones para la presidencia y quedó cuarto con poco más del 9% de los votos, y en el 2011 conquistó la alcaldía de Bogotá, el segundo cargo en importancia del país. Su gestión estuvo rodeada de polémica, y hasta sus colaboradores lo tildaron de “déspota de izquierdas”. “Petro es un poco llanero solitario”, dijo su secretario de Gobierno, el también exguerrillero Antonio Navarro Wolff. Su estilo personalista para gobernar es algo que no han dejado de echarle en cara durante la campaña.

“Si es elegido presidente, Duque tiene dos caminos -dice Ariel Ávila, subdirector de la Fundación Paz y Reconciliación-. O es un títere de Uribe o es un traidor. Ambas opciones son malas”. Ávila dice que sería un títere. Marisol Gómez, editora de Paz del diario ‘El Tiempo’, opina lo contrario: que sería un líder autónomo. “Al contrario que Uribe, Duque no es radical, es conciliador -dice-. De hecho, la facción más a la derecha de su partido no lo ve con buenos ojos. Por su trayectoria, tiene una visión técnica de la administración que no sienta bien en su partido. De alguna manera es una especie de tipo raro en un partido como el Centro Democrático”. Su madre declaró a ‘El Tiempo’ que “desde chiquito” estaba hecho para ser político. “A los muñequitos les ponía nombres de políticos”, confesó. No se sabe si es bueno o malo.

UNA IZQUIERDA FUERTE

El solo hecho de que Petro esté en posición de disputar la segunda vuelta habla del cambio profundo que se ha producido en el país político tras la desmovilización de las FARC. “Sin el conflicto armado hay espacio para una izquierda fuerte -dice Rodrigo Uprimny, investigador del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad (Dejusticia)-. Con tantas desigualdades que hay en este país, cómo no va a haberla. Lo que pasa es que mientras hubo conflicto, la gente siempre vinculó a la izquierda con la guerrilla”. Uno de estos dos hombres gobernará Colombia. A ver qué pasa en segunda vuelta.