Ya nada será igual para los 30 millones de colombianos en condiciones de elegir hoy al hombre reemplazará a Alvaro Uribe. Y no lo será aunque gane el delfín del presidente, Juan Manuel Santos, en la muy probable segunda vuelta del 20 de junio frente al líder de los verdes, de intrincado nombre: Aurelijus Rutenis Antanas Mockus Sivickas. Con su carisma, su capacidad de penetración en los sectores populares y su don de la ubicuidad, Uribe le imprimió a la política colombiana un sesgo irrepetible. En estos comicios se discute qué hacer con su herencia.

Por eso, el país "de" Uribe es objeto de exaltación y furibunda crítica. Los defensores destacan los años de crecimiento econó- mico y los éxitos de la política de "seguridad democrática" que arrinconó a la guerrilla, permitieron la desmovilización de un sector de los grupos armados de la extrema derecha y trajo a los núcleos rurales y urbanos un sosiego que parecía olvidado.

Los detractores enumeran una larga lista de reparos: la guerra sucia contra el Tribunal Supremo, el espionaje telefónico de jueces, periodistas y opositores, la compra de votos, el procesamiento de 34 parlamentarios por su vinculación con los paramilitares, el renacimiento de los paras, la concentración de tierras en manos de unos pocos, la instalación de siete bases norteamericanas, y el descubrimiento de los "falsos positivos", las ejecuciones fuera de la ley de jóvenes marginales a los que se hizo pasar por guerrilleros.

"Difícilmente puede encontrarse un período en el que tantas y tan variadas modalidades de actuación ilegal hayan sido atribuidas a funcionarios gubernamentales", asegura Iván Cepeda Castro, defensor de los derechos humanos en Las perlas uribistas, un libro de reciente aparición que es un éxito de ventas.

PEOR QUE FUJIMORI Para Vladdo, el caricaturista de la revista Semana, cuya viñeta sobre la vida en el palacio presidencial queda como un cáustico documento de época, el legado de Uribe es peor que el de Alberto Fujimori en Perú. "Al Chino lo juzgaron por una decena de asesinatos. Acá se investigan casi 2.000", le dijo a este enviado especial.

Los defensores del presidente cargan las culpas a colaboradores desleales. Vladdo, quien también dirige la revista política Unpasquin, cree que eso es inverosímil: "Uribe ha sido un virrey de la microgerencia, se ha metido en cada milímetro del Estado, no se puede alegar que no sabía lo que estaba ocurriendo. En otro país, estos hechos hubieran tumbado a cualquier Gobierno".

La bomba de los "falsos positivos" explotó durante la gestión de Santos al frente del Ministerio de Defensa, un año atrás, pero ya es un condicionante para el próximo mandatario. En vísperas de los comicios, el general Jorge Enrique Mora, excomandante del Ejército, aseguró que existe "malestar" en las Fuerzas Armadas por la decisión de la justicia civil de esclarecer estos episodios. Las investigaciones, dijo, "afectan la moral" de oficiales y soldados y así no se puede derrotar a la guerrilla.

Plinio Apuleyo Mendoza, uno de los defensores más exaltados de Uribe, advirtió que la sociedad no percibe "las grietas que se le abren a la seguridad en Colombia" si los militares son condenados por lesa humanidad.

Desde el momento en que Uribe llegó al poder, el número de secuestros con extorsiones, asaltos a poblaciones, masacres y crímenes cometidos por guerrilleros, narcotraficantes y paramilitares se ha reducido de manera notable. "Eso permitió recuperar la confianza en la inversión, reactivar la economía y duplicar la producción nacional", señala el analista Juan Carlos Botero. Sin embargo, la violencia que provocan las guerrillas de las FARC y el ELN, el narcotráfico y los paramilitares es el árbol que tapa el bosque del dolor: solo equivale al 20% del total.

Los colombianos se matan principalmente por riñas, pleitos, venganzas, maltrato familiar y hechos de delincuencia común. De acuerdo con un estudio de Medicina Legal, basado en las autopsias, solo en el 2009 se registraron 29.433 muertes violentas, lo que representó un aumento de casi el 10% de los casos frente al 2008. La cifra se acerca a uno de los momentos más críticos de Colombia, a fines de los 90, cuando el promedio era de 35.000 casos anuales.

Es la Colombia que Mockus dice querer derrotar con la pedagogía de los libros, esfuerzo que Santos, su principal contrincante, comenta con cierta sorna.