Bajo un sol falsamente primaveral, y sin la zozobra de otros momentos, los colombianos formaron ayer largas colas para elegir a su nuevo presidente. Fue un ritual a medias: todos saben que les falta escribir en las urnas el final de la historia en 20 días, cuando tenga lugar la muy probable segunda vuelta. Juan Manuel Santos, el albacea del actual presidente Alvaro Uribe, y el sorprendente filósofo y matemático Antanas Mockus, del Partido Verde, tendrán un poco más de dos semanas para convencer a aquellos que ayer les dieron la espalda. Si las encuestas que se conocieron en vísperas de la primera vuelta se mantienen, Mockus llega a esta instancia definitiva con una leve ventaja.

"El deber es escoger al mejor", pidió Mockus, cuando fue a votar a la Hemeroteca de Bogotá. "Presidente, presidente", le gritaron a su paso. No lejos de allí, en el Liceo Francés, Santos llegó con una sonrisa triunfal de la mano de su esposa y sus cuatro hijos. "Lo que resuelva el pueblo yo lo acato", dijo.

La gran pregunta de cara a la segunda vuelta del próximo 20 de junio tiene que ver con las posiciones que asumirán los derrotados. En principio se presume que la conservadora Noemí Sain y el exuribista Germán Vargas Lleras apoyarán a Santos. Mockus se llevaría las adhesiones recibidas por el liberal Rafael Pardo y Gustavo Petro, del izquierdista Polo Democrático.

DESPRESTIGIO DE LAS FARC Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que los comicios presidenciales estaban condicionados por las acciones de la guerrilla. Eso llevó a algunos analistas a considerar a las FARC "el gran elector" ya que, en los hechos, obligaba a los aspirantes a tener algo que decir sobre cómo iban a pacificar al país. Esas elecciones llegaron a tener un nivel de abstención del 60%.

La política de "seguridad democrática" que puso en marcha Uribe a partir del 2002 cambió el eje de la disputa entre el Estado y las guerrillas. Las FARC no solo se han debilitado por los embates del Ejército. Acumulan un desprestigio que muchos analistas consideran irremontable.

"VOTO LIBRE" Uribe votó muy temprano en las inmediaciones de la Plaza de Bolívar, en el centro de Bogotá. "El voto libre y a conciencia es el reconocimiento de la dignidad de la patria", dijo, con el palacio de Justicia de espaldas, el mismo que, en los años 80, fue tomado por la guerrilla del M-19 y que fue liberado tras episodios sangrientos. En uno de sus frisos se puede leer una frase de Francisco de Paula Santander, uno de los próceres de la independencia: "Las armas nos han dado la independencia, las leyes, la libertad".

Pero en Colombia, el uso de las armas se superpone a veces al imperio de las leyes. Y son las mismas leyes las que suelen quedarse en el papel escrito.

Los comicios legislativos de marzo, en los que el uribismo logró una victoria contundente, están ahora bajo la lupa judicial: hubo, ese domingo, muertos que votaron, jurados que pusieron su huella hasta 15 veces y suplantación masiva de electores. La revisión de las mesas por denuncias de fraude podría cambiar la composición del Congreso que recibirá al futuro presidente. Este ejercicio de la picardía, que se sustenta en una concepción clientelista de la política, puede ocurrir también en la segunda vuelta. O al menos eso temen algunos. La desconfianza está a la orden del día. "Por más esfuerzos, no se puede evitar el fraude. Es una conducta humana difícil de controlar", dijo el Registrador Nacional del Estado, Carlos Ariel Sánchez.