Cuando la presión internacional llegaba ya desde el mismo Consejo de Seguridad de la ONU y las misiones diplomáticas amenazaban con aterrizar en Tegucigalpa, el Gobierno golpista de Honduras inició un limitado diálogo con el presidente derrocado, Manuel Zelaya, refugiado en la embajada de Brasil.

El máximo organismo de las Naciones Unidas condenó ayer los "actos de intimidación" de las autoridades de facto de Honduras contra la Embajada de Brasil en Tegucigalpa, donde se refugia el jefe del Estado depuesto. Este reclamó la intervención de la Cruz Roja internacional para atender a "una sesentena de personas", familiares y acompañantes, que sufrían dolores de cabeza, problemas de respiración y sangrados por nariz, boca y orina, debido a los "gases tóxicos usados por los militares para provocar su evacuación". Zelaya no constató "ningún ápice de voluntad" de restituirle en el poder, por lo que pidió a sus seguidores "mantener la resistencia", y al mundo que le apoye para "revertir" el golpe de Estado de hace tres meses y "restituir la democracia robada al pueblo hondureño".

Al decir del depuesto presidente constitucional, "se han establecido enlaces informales para que inicien las pláticas que conlleven al diálogo". Pero este "no podrá avanzar hasta que se vea un cambio de actitud del actual régimen de facto". Zelaya denunció que, desde que regresó al país el lunes, el Ejército y la policía han "lanzado un represivo y grosero ataque contra el pueblo que se ha levantado a favor de la restitución y contra la dictadura", lo que muestra "la gran debilidad del actual régimen". Zelaya aseguró: "Si se bajaran los fusiles cinco minutos, se derrumbaría". Las propuestas del enviado del gobernante de facto, Roberto Micheletti, no son para Zelaya ni "viables ni aceptables", entre ellas la de que un tercero asuma la presidencia.