«La violencia no soluciona ningún problema, la violencia solo alimenta más violencia», dijo ayer Carrie Lam, la jefa ejecutiva de Hong Kong, después de una de las noches más convulsas que se recuerdan en la isla. La casuística ya anticipaba los enfrentamientos entre jóvenes y policía en el centro de la ciudad. La novedad llegó a medianoche en Yuen Long, en el otro extremo de la excolonia, con hordas de prochinos atizando a los jóvenes. Al Gobierno hongkonés ya se le intuía desbordado e incapaz de embridar el conflicto que cumple dos meses sin necesidad de este nuevo e inquietante elemento en la ecuación.

Lam compareció secundada por el jefe policial y los más altos cargos con semblante severo. Se le acumulan los capítulos violentos para condenar con la obligación de la equidistancia para evitar suspicacias en una sociedad fracturada. Lam aludió por igual al vandalismo sobre la Oficina de Relación con China y a los ataques indiscriminados a los jóvenes en Nuevos Territorios como expresiones violentas intolerables. El interés periodístico la obligó a focalizar su atención en los segundos. «Este comportamiento es irritante, no lo permitiremos ni toleraremos. Ya he ordenado a la Policía que no ahorre esfuerzos en arrestar a los atacantes».