«Esta experiencia de gobierno termina aquí». Con estas palabras, el primer ministro italiano, Giuseppe Conte, puso ayer punto final al primer gobierno populista en la vieja Europa que hizo temblar a todas las instituciones internacionales. El futuro próximo depara, según la mayoría de los analistas, un gabinete presidido por Conte pero con una mayoría distinta, o un Ejecutivo de transición para postergar unas elecciones anticipadas en primavera.

La mayoría populista que apoyaba el Gobierno se formó en junio del pasado año entre la xenófoba Liga, otrora del Norte, y los antisistema del Movimiento 5 Estrellas (M5S), sobre la base de un «contrato» con el programa a seguir. La experiencia ha terminado después de que uno de los socios, Matteo Salvini, líder de la Liga, presentase el pasado 8 de agosto una moción de censura contra Conte, usando un pretexto de poca monta. En realidad, los desencuentros entre los dos partidos se remontan al nacimiento de la coalición entre una Liga neoliberal en economía y un M5S de talante social, anticaptalista y sin ninguna experiencia de gobierno. «La Liga se ha comido al M5S», titulaban meses atrás los diarios frente a las encuestas y consensos que recibía Salvini, que comenzó su experiencia en Interior cerrando los puertos -que no eran de su competencia- a las naves humanitarias que salvan vidas en el Mediterráneo.

ANUNCIO EN EL SENADO / Conte, que presentó anoche su dimisión al presidente, Sergio Mattarella, anunció la ruptura en una sesión en el Senado que desde el comienzo tomó el cariz de una tragicomedia a la italiana. El abogado Conte, siempre comedido y más bien invisible, dedicó la mitad de su discurso a un alegato directo e impensable contra Salvini y que fue interrumpido numerosas veces por los gritos de desaprobación de los liguistas.

Antes del final del debate, la Liga retiró la moción de censura aduciendo que tras el anuncio de la dimisión de Conte carecía de sentido. «Ha dejado de ser necesaria», afirmaron fuentes oficiales del partido ultra.

«Salvini ha antepuesto sus intereses personales y de partido a los institucionales», dijo Conte, acusando a su viceprimer ministro de «escasa sensibilidad institucional» y de «grave incultura institucional». «Me preocupa la decisión (de Salvini) de pedir plenos poderes, invocando las plazas y calles en su apoyo», añadió, criticándole por no practicar «la cultura de las reglas», haber «pisoteado las medidas sociales» aprobadas por el Ejecutivo, «haber echado un velo sobre las inversiones realizadas» y por su «oportunismo político». Al final, el acompasado Conte acusó también a Salvini de «inconsciencia» por no haber evitado en sus actos los símbolos religiosos, en referencia a los rosarios, estampitas y evangelios que el vicepresidente enarbola y besa en sus mítines diarios por Italia. Se trata de escenas que nunca se vieron ni en los mejores tiempos de la posguerra mundial con los gobiernos de mayoría absoluta de la Democracia Cristiana (DC).

La segunda parte del discurso de Conte estuvo dedicada enteramente a una especie de programa político para el gobierno que le suceda, interpretado por los analistas como una autocandidatura, lo que podría ser posible. El «acusado» Salvini había pedido 20 minutos de tiempo para defenderse de las más que previsibles acusaciones de Conte, en lugar de los 10 minutos concedidos a los distintos grupos parlamentarios. Consumió su tiempo, en un nuevo mitin electoral, como si el lugar en el que hablaba no fuese el Senado de la República. «Gracias y finalmente», fueron sus primera palabras, cuando la presidenta de la Cámara alta le dijo que había llegado su turno. La Cámara cayó en un silencio total.

El vicepresidente no contestó sobre el respeto de las reglas institucionales, ni sobre su incultura, ni tampoco sobre la persecución de sus intereses personales. No dijo tampoco nada del presunto tráfico de petróleo con Rusia para financiar a su partido, algo que Conte le había reprochado pues tuvo que dar la cara personalmente en el Parlamento porque el líder de la Liga se zafó.

Salvini, que antes de hablar había besado repetidamente un rosario, se defendió solo sobre el uso de símbolos religiosos: «Soy el último de los últimos, un humilde testigo de la fe de todo el pueblo italiano, yo creo (en Dios, hay que suponer)», dijo el vicepresidente, entre bromas, expresiones para certificar su paciencia frente a los gritos de algunos senadores y frases de valentón. Por lo demás, ilustró que había puesto fin a la trayectoria del Gobierno porque el otro socio (M5S) «respondía siempre y solo con noes» a las iniciativas del Ejecutivo. Otro pretexto, con la mirada puesta en los sondeos, que le otorgan entre un 35% y un 39% de apoyo, incluidos, para gran preocupación de los obispos, siete de cada 10 católicos. Lo certifica la misma Cáritas, que ha elaborado cursos para «convertir» a sus fieles.

ITALIA Y ALABAMA / En solitario, a pesar de formar parte del Partido Demócrata, tomó la palabra el exprimer ministro Matteo Renzi, que acusó a Salvini de haber transformado la Italia actual en la racista «Alabama de los años 50» y que los problemas causados por el Gobierno no son solo económicos y culturales. «Habéis creado la cultura del odio», espetó Renzi en la dirección de Salvini: «Si tiene fe religiosa, léase las Bienaventuranzas de los Evangelios y deje desembarcar a los inmigrantes que aún en estas horas esperan en el mar», sentenció.