El coronavirus ha corroido el poder político del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, hasta el punto de tomar cada vez menos decisiones de importancia. Los casi 500 muertos así como las víctimas que se esperan entre los miles de contagiados le han pasado una factura impagable al capitán retirado, que hasta hace pocos días ha considerado a la pandemia una simple «gripecita» y ha ninguneado a su ministro de Salud Luiz Henrique Mandetta.

Las peticiones de dimisión arrecian incluso dentro del bloque conservador que lo ha ungido. Además, hay presión de las fuerzas armadas, de la sociedad civil (a cacerolada diaria) y mediática que cuestiona la gestión del presidente.

La revista Isto é ya se ha inclinado a favor de que sea desplazado. Su portada sabatina lleva el título de La solución (Hamilton) Mourão, en referencia al que puede ser su sustituto. Pero ese escenario no vislumbra por el momento en el horizonte. Una reciente encuesta de Datafolha da cuenta que el 59% de los brasileños no quiere que se altere el orden institucional aunque un porcentaje muy superior de personas (76%) considere desastros»a la gestión de la crisis sanitaria por parte de Bolsonaro.

Las Fuerzas Armadas, que de facto cogobiernan con numerosos ministros y representantes jerárquicos dentro del Estado, parecen haber encontrado una solución al problema: fortalecer la figura del general Walter Braga Neto, actual jefe de Gabinete. Así lo hicieron saber a través del portal DefesaNet, especializado en asuntos castrenses y vinculado a la industria armamentista del gigante sudamericano.

Braga Netto fue el interventor de Río de Janeiro durante la crisis que provocó la lucha contra el narcotráfico dos años atrás. «Bolsonaro se retira a un papel subordinado en la crisis, difundiendo noticias falsas, acosando a las autoridades y pidiendo ayunos, y esa es la mejor hipótesis por ahora. Si no cesa este trabajo, sigue siendo un problema que se resolverá más adelante», señaló ayer el diario paulista Folha.

Conspiración / El clan Bolsonaro no está tranquilo y sospecha que, a pesar de los sondeos, Mourão ya conspira en contra del mandatario. Su hijo y concejal de Río de Janeiro, Carlos Bolsonaro, expresó su desagrado por una reunión que tuvo el vicepresidente con el gobernador de Maranhão, Flávio Dino, quien pertenece al Partido Comunista. «Por supuesto, Mourão no está en mi campo ideológico. Pero, si Bolsonaro le entrega el Gobierno, Brasil llegará en 2022 en mejores condiciones», dijo luego Dino.

Las críticas periodísticas son tan lapidarias como las caceroleadas. El conservador diario paulista Estado aseguró en su editorial que es «notoria» la «incapacidad» del capitán retirado para ejercer la presidencia. «La doble crisis de salud pública y economía puede ser devastadora. La pandemia no está bajo control. La recesión es inevitable (…) Y, sin embargo, los peores desastres tienen su potencial positivo (…) En el caso de Brasil, abre la posibilidad de deshacerse del peor presidente que hemos tenido», señaló en Jornal do Brasil Paulo Nogueira Batista. «La historia de la República registra casos de presidentes que produjeron desastres, pero ninguno de ellos tenía un patrón similar al de Bolsonaro», estimó Elio Gaspari en las páginas de O Globo.

Adhemar Bahadian, columnista de Folha, advirtió, no obstante, que el capitán retirado todavía es apoyado «por un porcentaje no insignificante de sus votantes, crédulo en su evangelio apocalíptico». Esa es la base social que le otorgan las iglesias evangélicas que a la vez cuentan con poder económico, influencia mediática y parlamentarios.

Bolsonaro compartió ayer con ellos el rezo por un país sano. El presidente, rebautizado en las aguas del Jordán antes de lanzarse a la carrera electoral, se sumó compungido al «Ayuno y oración por Brasil». Varios pastores oraron incluso frente al Palacio de Alvorada, la residencia oficial del jefe de Estado. Mientras tanto, los asuntos terrenales apremian. Más de 2.500 profesionales de la salud han denunciado la falta de equipos de protección.