La noche del miércoles escondía su ferocidad bajo un engañoso manto de apacibilidad. Pero los vecinos de la favela Morro de Bumba, en el barrio Cubango de Niteroi, la ciudad satélite de Río de Janeiro, intuyeron el peligro. Un sonido grave, como el de una catarata, los sobresaltó. La tierra comenzó a desprenderse. "Cuando miré hacia atrás, mi casa ya no estaba. Y mi familia tampoco", dijo un superviviente.

El deslizamiento arrastró otros 50 hogares. Unas 200 personas quedaron enterradas. Los equipos de bomberos habían rescatado ayer diez cuerpos sin vida. Los nuevos episodios en la periferia carioca elevaron a 154 el número de muertos desde el momento en que el cielo maldijo a la "ciudad maravillosa" con tormentas sin precedentes. En 24 horas cayeron 288 milímetros, superando los 245 milímetros récord de 1966. El número de heridos asciende ya a 161. Según Defensa Civil, unas 14.000 personas tuvieron que abandonar sus casas. En Niteroi se consumó la peor tragedia de estas lluvias.

VIVIENDAS EN PELIGRO El alcalde de Río, Eduardo Paes, volvió insistió en su llamada desesperada a quienes viven en zonas de riesgo. Las autoridades calculan que 10.000 hogares corren peligro de quedar sepultados por nuevos deslizamientos. La mayoría de estas casas se encuentran en las favelas. Algunas zonas de Río mostraban aún ayer un aspecto desconocido. Las olas de cinco metros que golpeaban el aeropuerto Santos Dumont se erguían como amenazas.

Paes aseguró que el estado de las principales avenidas y carreteras ha mejorado. Pero solicitó a los cariocas que se abstuvieran de transitarlas. "Todo el que se arriesgue a entrar por ellas correrá un enorme riesgo", subrayó. Los servicios sanitarios empezaron a distribuir 70.000 paquetes de ayuda con comida, ropa y medicinas para quienes quedaron sin hogar o aislados.

El Gobierno destinará unos 100 millones de dólares a Río de Janeiro para auxiliar a los afectados por las lluvias, los deslizamientos y las inundaciones.