Donald Trump se las prometía felices en este 2020 electoral. Comenzó con su salida airosa del impeachment. Siguió con un Partido Republicano sometido. Un apoyo superior al 90% entre los votantes conservadores. Pleno empleo. Crecimiento. Bolsas por las nubes. El paro bajo mínimos entre hispanos y negros. Y un rival demócrata vulnerable. Y entonces llegó el virus. Desde el principio minimizó los riesgos de la pandemia, ignoró a los científicos y fue incapaz de liderar la respuesta descentralizada.

El resultado son 2,2 millones de contagios y 120.000 muertos. La curva es una meseta y hay repuntes en muchos estados. Entre medio, la actitud en la Casa Blanca no ha cambiado. El presidente se automedica y nunca se pone la máscara, y el vicepresidente aprieta todas las manos que puede. El espectáculo no está vendiendo. Solo un 40% aprueba su gestión de la emergencia sanitaria, frente al 55% que la censura, según un sondeo de Reuters/Ipsos. A la debacle sanitaria se une la económica: más de 40 millones de parados y una contracción prevista del 6,5%. A lo que hay que añadir la nueva energía para votar en su contra por las protestas masivas contra el racismo.

Las últimas encuestas dan ganador al demócrata Joe Biden. Más preocupante para Trump, que ya perdió por tres millones el voto popular en el 2016, son los estados bisagra que deciden los comicios. Va por detrás en casi todos. RICARDO MIR DE FRANCIA