«No es posible predecir con exactitud la dimensión de sus consecuencias», reconoció el presidente de Cuba, Miguel Díaz Canel, durante una conferencia virtual del Movimiento de Países No Alineados (Mnoal). Y si bien hablaba sobre el «devastador impacto» del covid-19 «en un mundo cada vez más interconectado», sus palabras no pueden dejar de leerse en clave interna por la propia realidad material y sanitaria de la isla.

Los tres primeros casos positivos en la isla se conocieron el pasado 11 de marzo. Desde entonces, en Cuba han muerto por el coronavirus 69 personas y se han reportado casi 1.700 contagios. El Ministerio de Salud realiza 800 pruebas cada día para detectar el virus. Unos 10.000 habitantes se encuentran en situación de aislamiento hasta verificar si están infectados. Miles de turistas que quedaron varados en la mayor de las Antillas y se encuentran cumpliendo a su vez una rigurosa cuarentena en los hoteles internacionales.

El Gobierno hace un seguimiento «casa por casa» de la situación epidemiológica. Los teléfonos móviles se han convertido en un dispositivo más para seguir el rastro de la pandemia. Brigadas de estudiantes de medicina recorren las calles con el propósito de detectar posibles infecciones.

ESCENARIO FAVORABLE / Los centros de salud se han adaptado para recibir a miles de pacientes en caso necesario. Se han instalado hospitales de campaña en escuelas y centros universitarios. La televisión suple las tareas educativas virtuales que no llegan a los 110.000 hogares que no tienen internet. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) estima que, gracias a las estrategias diseñadas por las autoridades, Cuba se encuentra en un escenario favorable para enfrentar una eventual curva de contagios.

Cada vez que se confirma un caso positivo, los médicos recurren al antirretroviral Kaletra, la cloriquina y, en particular, el Interferon Alfa 2b. Se trata de un antiviral de elaboración propia y coproducido con China. Aunque el Ministerio de Salud afirma que el tratamiento con ese medicamento ha dado resultados positivos, la OMS se ha encargado de subrayar que «por el momento» no se recomienda ningún fármaco en particular para prevenir o tratar la infección.

Debajo de los esforzados desvelos estatales para controlar la propagación del cofid-19 subyace otra zozobra. La pandemia representa un golpe añadido y brutal a la economía de una isla ya expuesta a las sanciones económicas del Gobierno americano que preside Donald Trump y a su propia crisis estructural, que late desde hace décadas.

Si bien la Comisión Económica para América Latina (Cepal) estimó en un 3,7% la caída del PIB en el 2020, no se descarta que el hundimiento llegue al 5%. En Cuba un 70% de la población trabaja para el Estado y 600.000 personas se convirtieron, tras el lento y controlado proceso de permitir los negocios privados, en cuentapropistas (trabajadores a cuenta propia).

La acumulación económica se sostiene sobre todo en dos sectores, el turismo y el uso en el mercado interno de las remesas, las divisas que entran el país por cuenta de los cubanos que viven en el extranjero. Debido al cierre de los aeropuertos, el turismo, que en el 2018 generó 3.700 millones de dólares, se encuentra paralizado.

La escasez de divisas ya afecta a la importación de alimentos. El Consejo de Ministros ha avisado de que vienen tiempos muy difíciles. La posibilidad de que se vuelvan a los dramáticos años 90, tras la caída de la Unión Soviética, eriza la piel de los cubanos.