Ha pasado solo una semana desde que Donald Trump ganó las elecciones en Estados Unidos, pero el caos no ha tardado en germinar en el organigrama encargado de gestionar la puesta en marcha de su Administración. Este martes se ha consumado la segunda baja en el equipo al mando de pilotar la transición. El expresidente del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, Mike Rodgers, ha presentado la dimisión, dejando al magnate inmobiliario sin el hombre que debía perfilar su aparato de seguridad nacional. La pugna por los nombramientos está generando tensiones, así como los intentos de reconciliar a la jerarquía del partido con las facciones rebeldes que apoyaron la candidatura del republicano.

Rodgers no ha explicado los motivos de su dimisión, pero la prensa los atribuye a su cercanía a Chris Christie, uno de los lealistas de Trump caídos en desgracia. Durante muchos meses, el gobernador de Nueva Jersey se encargó de dirigir la eventual transición. Así fue hasta la semana pasada, cuando fue despedido de forma fulminante, aparentemente por el temor a que sea procesado por su papel en el escándalo del ‘Bridgegate’. Desde entonces, el vicepresidente Mike Pence ha ocupado sus funciones, pero todavía no ha firmado los documentos de confidencialidad con la Casa Blanca que son preceptivos para gestionar el traspaso del poder. Ese vacío legal ha frenado temporalmente en seco el proceso.

CISMA EN EL PARTIDO REPUBLICANO

Por lo que se ha visto estos días, Trump está tratando de cerrar el cisma que su candidatura generó en el Partido Republicano. Es consciente de que necesita su apoyo en el Congreso para poder gobernar, lo que explica que haya elegido al hasta ahora presidente del partido, Reince Priebus, para ser su jefe de gabinete en la Casa Blanca. Pero Trump tampoco ha querido dar la espalda a los alborotadores 'antiestablishment' del ultranacionalismo étnico que le acompañaron en la campaña y ha escogido a Stephen Bannon para ser su “estratega jefe” en contra de los sectores moderados del partido.

Ambas facciones no se pueden ni ver y, desde su entorno, empiezan a surgir acusaciones de revanchismo. Así lo ha expresado Eliot Cohen, un exfuncionario del Departamento de Estado que, tras oponerse a Trump durante la campaña, pidió a sus colegas que le dieran un voto de confianza y se postularan para ocupar cargos en su futura Administración. “He cambiado mi recomendación: quedaros al margen. Están enfadados, son arrogantes y te gritan ‘habéis perdido'. Va a ser desagradable”, escribió Cohen tras reunirse con el equipo de Trump.

Entre medio, sigue la incertidumbre respecto a las nominaciones. El neurocirujano Ben Carson, la figura afroamericana más cercana a Trump, ha declinado ser su secretario de Sanidad y Rudolph Giuliani, el exalcalde de Nueva York, ha sugerido que no será el próximo fiscal general. En cualquier caso, Giuliani suena para secretario de Estado, lo que recompensaría su lealtad al magnate de los casinos. Quien parece tener la continuidad asegurada es Paul Ryan, el líder de los conservadores en el Congreso. Sus colegas de la Cámara baja le han nombrado de forma unánime para que mantenga el cargo de 'speaker'.