Convertida en bastión de los rebeldes armados, la ciudad portuaria de Gonaives permanece aislada entre barricadas para mostrar el clamor popular contra el presidente haitiano, Jean-Bertrand Aristide, calificado a gritos como un "demonio al que hay que cortarle el cuello". Un suave y sonriente Guy Philippe, jefe de los insurgentes, afirma: "El pueblo, al que nadie puede oponerse, es el auténtico protagonista de la revuelta".

Vestidos con uniformes de camuflaje, los dirigentes del Frente de Resistencia Nacional para la Liberación de Haití (FRNLH) se reúnen en el patio interior de una casa humilde, a la espera del resultado de los "tres operativos" lanzados ayer "camino a Puerto Príncipe". Gilberto Dragón, que estudió con Philippe en la academia militar de Quito, dice: "Estamos haciendo historia, porque ahora peleamos por una democracia para siempre".

Etienne Winter, que cedió a Philippe la jefatura del Frente de la Resistencia Nacional tras la unificación de los grupos insurrectos, destaca el apoyo popular que les anima. "Una cosa está muy clara: donde no hay policía de Aristide no hay problemas; todas las ciudades liberadas están tranquilas y la gente contenta", asegura. Winter señala que "cualquier negociación debe ser sobre la salida del tirano". Si no, los rebeldes proseguirán su avance hacia la capital. "Sólo dejaremos las armas cuando podamos elegir a un nuevo presidente y éste escoja un primer ministro que forme un nuevo Gobierno", añade.

A Gonaives, tomada desde hace 15 días por los insurgentes, sólo se puede acceder en unas mototaxis de conductores más peligrosos que los milicianos y que hacen su agosto circulando entre la gente, las piedras y los vehículos quemados.

Palabras incendiarias

En las calles se acumula la basura, en la que hurgan los cerdos y las cabras. La gente permanece a la sombra en las puertas de sus casas e intercambia comentarios incendiarios: "Amábamos a Aristide, pero se ha vuelto un diablo. Ha enloquecido comiendo niños. ¡Sacadlo, cortadle el pescuezo!".