Cuando la semana que viene Jalid Sheij Mohamed, supuesto cerebro del 11-S, comparezca de nuevo ante una comisión militar en Guantánamo, tal vez sea la última vez que lo haga, ya que para Barack Obama cerrar la prisión es una prioridad. En la Administración de Bush la intención del presidente electo genera mucho escepticismo. Al fin y al cabo, gente como Robert Gates, que también será secretario de Defensa de Obama, llevan tiempo buscando una forma de hacerlo sin éxito.

La prisión creada para los prisioneros de la guerra contra el terrorismo es una de las patata calientes más complicadas que George Bush deja a su sucesor. Cerrarla físicamente no es problema. La cuestión es qué hacer con los 250 presos que aún están allí. La Administración de Bush admite que la mayoría de ellos podrían ser devueltos a sus países de origen sin que se presenten cargos contra ellos siempre y cuando sus gobiernos los acepten. Además, sería necesario para Washington pactar algunas condiciones, como, por ejemplo, que se asegure que no volverán a participar en ataques contra EEUU.

Pero el problema son los más malos , los que EEUU quiere mantener entre rejas. Si son enviados al sistema judicial estadounidense, ya sea civil o militar, es muy probable que acaben siendo liberados por la forma legal (secuestros, torturas, cárceles secretas de la CIA...) con la que han sido tratados hasta ahora.