La carrera para escoger al candidato demócrata que disputará la presidencia a Donald Trump en 2020 empieza a tomar forma. La pasada madrugada se celebró en Miami el primer debate televisado de las primarias, en el que participaron 10 de los 23 candidatos que aspiran a la nominación, un aperitivo que seguirá este jueves con los otros 10 aspirantes que han cumplido con los requisitos para participar en el debate inicial. A estas alturas, y con una línea de salida tan superpoblada, importa menos el programa político que la capacidad para conectar con el electorado y capturar su imaginación. A la postre, no hubo grandes ganadores ni perdedores. Lo que quedó claro es que los demócratas no quieren que está campaña se convierta en una interminable conversación sobre Trump.

El presidente solo apareció de forma puntual en las dos horas de debate, que sirvió para calibrar las fuerzas en la lucha interna que vive el Partido Demócrata, fracturado en un sector más izquierdista y otro más moderado. El primero tiene a Elisabeth Warren como una de sus abanderadas y anoche fue la principal candidata a batir tras haberse situado tercera en las encuestas tras el ex vicepresidente Joe Biden y el senador Bernie Sanders. Su ascenso se debe en gran medida a sus ambiciosas propuestas para transformar el país, que van desde un impuesto especial para los multimillonarios hasta un plan para desmembrar a los gigantes monopolísticos de Silicon Valley.

Warren salió airosa del envite. Estuvo combativa y convincente, y no se perdió en la letra pequeña de sus propuestas, una constante tentación para alguien que salió de las aulas de Harvard. Lo que se echa de menos es coraje, valentía en Washington para enfrentarse a los gigantes, dijo refiriéndose a las grandes corporaciones. Junto con el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, fue la única que apostó por abolir la sanidad privada en Estados Unidos, toda una quimera si se tiene en cuenta que es la columna vertebral de su sistema.

Para casi todo el resto de candidatos, el debate fue su primera gran oportunidad para dejarse ver, obtener reconocimiento entre el público y espolear las donaciones que determinarán si sus candidaturas son viables. Todos huyeron del cuerpo a cuerpo. Se impuso el civismo y no hubo controversias. Quien mejor aprovechó seguramente la ocasión fue Julián Castro, nieto de inmigrantes mexicanos, ex alcalde de San Antonio y ex ministro de Vivienda con Barack Obama. Hasta ahora apenas ha despuntado en las encuestas, pero el tejano demostró porque hasta hace solo unos años era la gran promesa del partido. Es desgarrador, debería enfadarnos a todos, dijo sobre la foto del inmigrante salvadoreño ahogado junto a su hija en el río Grande.

También reclamaron el protagonismo que se espera de ellos el senador Cory Booker y, en menor medida, Beto ORourke, el ex congresista que despertó el entusiasmo entre las bases demócratas durante su fracasado intento de arrebatarle el escaño de senador al republicano Ted Cruz en las legislativas del 2018. ORourke se ha ido diluyendo como un azucarillo a medida que la campaña tomaba altura. Parco en propuestas y manierista en las formas, estuvo correcto y poco más, lejos del carisma de todos aquellos que se empeñan en verle como el nuevo Obama.

Booker es un candidato más sólido. Ex alcalde de Newark (Nueva Jersey) con un currículum académico brillante, tiende a hablar a veces como un profeta, como si el civismo y el amor al prójimo bastaran para curar los males de nuestro tiempo, aunque tiene también programa para combatir las disparidades del sistema penal o el racismo estructural.

Tanto Castro como ORourke y Booker hablaron a veces en español, bastante macarrónico pero comprensible, en un guiño al electorado de Florida. La inmigración, la desigualdad económica y la sanidad dominaron el debate. Tenemos que dejar de ser el partido de las élites, dijo el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, quien se abrió paso metafóricamente a codazos para intervenir varias veces cuando no le habían dado la vez. Junto a Warren fue el más combativo de todos. Para quien está funcionando esta economía?, preguntó retóricamente la senadora. Funciona para un sector cada vez más raquítico en lo más alto de la pirámide. Eso es corrupción, pura y llanamente. Necesitamos cambios estructurales.

Más discreta fue la noche de la congresista Tulsi Gabbard, que ha hecho de su oposición al intervencionismo militar en el extranjero la bandera de su campaña; del gobernador de Washington, Jay Inslee, el candidato de la lucha contra la crisis climática; el congresista Tim Ryan, que se presenta como la voz de las comunidades olvidadas del Cinturón Industrial; la senadora centrista Amy Klobuchar, que aspira a ejercer de puente con los republicanos; y el ex congresista estatal, John Delaney, uno de los que están llamados a abandonar pronto la carrera.

Este jueves se vivirá el plato fuerte de este primer debate, con la participación de Biden, Sanders y Kamala Harris, tres de los favoritos. Muy probablemente Trump les estará escuchando. Anoche se pasó el debate tuiteando y no le debió gustar nada que se hablara tan poco de él. Pasada la media hora del inicio, tuiteó: Aburrido!