Entre las muchas predicciones realizadas antes de las elecciones en Estados Unidos se dio por seguro que el 9-N empezaría una larga travesía del desierto para el Partido Republicano. La conquista de la nominación y la campaña de un outsider como Donald Trump habían reconfirmado la fractura entre elestablishment moderado y la base más radical, a la que la formación conservadora empezó a dar alas en 2010 para frenar a Barack Obama, aunque en su ascenso el Tea Party amenazara no solo al presidente sino al propio aparato del partido. Como tantas otras predicciones, esta erró. Trump es presidente electo y los republicanos se frotan las manos por su amplia conquista del poder. Y hoy es el Partido Demócrata de EEUU el que está inmerso en una grave crisis, forzado al análisis de cómo se ha producido un colapso que va mucho más allá de la pérdida de la presidencia y obligado a bucear en la búsqueda de su alma y de un camino de futuro para el que, de momento, no hay ni mapa ni estrategia unificada.

Aunque la abatida Hillary Clinton haya atribuido su derrota a la cuestionada decisión del director del FBI, James Comey, de reabrir su investigación a diez días de los comicios solo para cerrarla una semana después, a nadie en el partido se le escapa que las causas han sido muchas más y mucho más complejas. Y arrancan con su propia selección como candidata, favorecida por todo el establishment pese a su impopularidad y su pesado equipaje político en un año en que las señales del descontento ciudadano no solo estaban en el ascenso de Trump sino también en los 12 millones de votos que recibió en las primarias demócratas alguien mucho más progresista y alejado del aparato como el senador independiente Bernie Sanders.

LA GRAN COALICIÓN Y EL VOTO BLANCO

Más trascendental aún es que, en un país de demografia cambiante, la gran coalición cimentada en las minorías y los jóvenes que aupó a Obama hasta la Casa Blanca ni se ha mantenido con el mismo vigor ni ha sido suficiente para contrarrestar lamovilización del voto blanco que ha logrado Trump, una de las claves de su victoria en unos comicios donde laparticipación se ha quedado en el 58%. Y la desconexión de los demócratas con buena parte de los votantes de clase trabajadora se ha hecho demasiado evidente como para obviarla. Trump se llevó el 43% del voto en hogares donde hay al menos un afiliado a un sindicato, solo un 8% menos que Clinton.

El dilema demócrata ahora es cómo buscar la reconexión con esos votantes perdidos sin abandonar el foco en políticas que han dado al partido el apoyo de progresistas y minorías. Hay una clara división de opiniones sobre cuáles son las prioridades. Pero hay también una convicción: “La coalición necesita ser más amplia”, ha dicho, por ejemplo, el senador de Virginia Mark Warner. “No podemos ser solo el partido de las costas este y oeste y de áreas metropolitanas”.

No menos importante para los demócratas es quitarse de encima esa imagen de ser un partido de élites, económicas e intelectuales. Sanders, al que se ha puesto ahora al frente de los esfuerzos para incrementar la participación, ha declarado que “no puedes decirle a la gente que estás de su lado a la vez que estás sacando dinero de Wall Street y los millonarios”. Y el propio Obama, en una conferencia telefónica con el Comité Nacional Demócrata, recordó que “grandes partes del país no nos oyen y no lo harán si no vamos allí y y si no estamos luchando día sí día también”.

Sus ocho años de presidencia han sido una especie de analgésico que ha puesto a muchos demócratas en una burbuja, pero era un espejismo que estaba pinchando lejos de Washington. Desde las legislativas de 2010, los demócratas han sufrido enormes pérdidas en los estados, y de controlar el gobierno y las dos cámaras en 17 de ellos han pasado a hacerlo solo en seis. Por eso ahora buena parte del foco se va a volver hacia la política local, con esperanza no solo de recuperar terreno sino también de preparar las duras luchas de las legislativas del 2018, cuando las opciones de recuperar el Senado federal son más difíciles aún de lo que eran en este 2016.

EL DILEMA DE TRUMP

Un partido herido, y cuyas divisiones se están plasmando también en candidaturas para presidir el Comité Nacional Demócrata que reflejan las distintas visiones de futuro, enfrenta además el reto de cómo reaccionar ante el triunfo de Trump y los republicanos. Mientras algunos apuestan por la resistencia frontal y directa, en el Congreso otros abogan por dar una oportunidad al nuevo presidente e intentar trabajar en áreas donde pueda haber cooperación como infraestructuras, algunas políticas económicas o temas concretos como la baja pagada de maternidad.

En la calle, mientras, grupos de activistas que han formado parte delas protestas contra Trump tras las elecciones intentan ir más allá de las manifestaciones. Su meta es canalizar el descontento y el miedo para crear un “Tea Party de la izquierda”. “La gran meta es apoyar en primarias a quienes reten a demócratas que negocien con Donald Trump”, explicaba recientemente en 'Politico' Waleed Shahid, uno de esos activistas. “Es hora de que los falsos progresistas se aparten”, ha dicho también RoseAnn DeMoro, directora del sindicato de enfermeras. “El cambio es lo único que salvará al partido”.