El diálogo se ha reducido en Venezuela a un partidillo de fútbol en la calle y un par de abrazos entre contrincantes irreconciliables tras 37 días de paro cívico contra el presidente, Hugo Chávez. Ya hablan las pistolas entre los gritos histéricos y los insultos, y muchos creen que el país se aboca a una guerra civil. "El juego está trancado", reconocen los 12 hombres, no tan buenos, que se sientan en la mesa de negociaciones bajo la paciencia del colombiano César Gaviria.

La mesa de seis contra seis apenas sirve para proseguir el mismo pulso incierto que se dirime sobre el petróleo, sobre la enseñanza, sobre la banca, sobre un país entero que va camino de la quiebra para que de las ruinas pueda reconstruirse al gusto del vencedor. "En esta guerra no declarada, pero cruenta como guerra al fin, no hay triunfadores posibles. Ya perdimos todos", dice Mariadela Linares, profesora de Ciencias Políticas.

"DESTINO ESPECIAL"

Tanto el Gobierno como la oposición se declaran dispuestos a jugárse el todo por el todo. Un órdago para "profundizar la revolución" o para "borrar el chavismo del mapa". Y el presidente que ha conseguido polarizar al país cita sin pestañear a Simón Bolívar: "Al crearme, Dios permitió esta tempestuosa revolución para que yo pudiera vivir ocupado en mi destino especial".

Como nuevo "libertador de América", Chávez cree representar "el sueño de este pueblo", de la gente que malvive en los ranchitos , casi chabolas de los cerros de Caracas, bajo los "techos de cartón" que el cantante Alí Primera, asesinado por el régimen anterior, veía diseminados sobre un país rico y bello. El gobernante no quiere ni hablar con esa "oligarquía" ni con esos "poderosos intereses transnacionales" que ve enfrente.

Tampoco quieren hablar con él los que han cosido el saco opositor de la Coordinadora Democrática: los ganaderos del Zulia, que tienen ejércitos privados y temen la aplicación de la ley de tierras; los amos del valle, familias de renombre, como los Mendoza o los Cisneros; los medios de comunicación, conocidos como las ratas , que temen por su supervivencia. "Un saco lleno de gatos", como lo define el editor de un diario de Caracas.

Mientras Gaviria reconoce que las reuniones que modera son "agitadas, muy agitadas", el futuro se dirime en la calle, donde lo planteó la oposición poniendo por delante a la frustrada clase media que ayudó a encumbrar al teniente coronel golpista. La cordura se reduce al silencio o al llanto de quienes sufren las consecuencias del enfrentamiento.

"Es imperioso comenzar a buscar mínimas coincidencias, al menos para no perder la sensibilidad ante la muerte", opina el analista Díaz Rangel, al advertir sobre el riesgo de entrar en una espiral de violencia incontrolable. El de Venezuela es un combate a golpes entre dos proyectos disímiles.

"Si ninguno de los dos bandos tiene fuerza para noquear al adversario, como aspiran, debería imponerse la negociación. Lo otro es jugar al agotamiento, a ver quién aguanta más, y se corre el riesgo de que el público pierda la paciencia y se suba al cuadrilátero a dirimir el asunto a su manera", dice Ylich Carvajal.