Mientras Sri Lanka intenta recuperar una cierta normalidad, en el país empieza a preocupar que la tragedia caiga en el olvido de la comunidad internacional.

El pasado lunes, esta isla del Indico despertó por fin de la terrible pesadilla. Fue el primer día laborable después del tsunami que trajo, a este país y a otros, una catástrofe de proporciones inimaginables. Ciudades como Galle bullían de actividad, e incluso en algunas zonas de la localidad, como la del fuerte holandés, podía casi parecer que era un lunes cualquiera. Gente yendo a trabajar, bullicio de tráfico... incluso algún turista. Pero no. La normalidad es sólo un espejismo.

Llegan más cadáveres

Al salir de la zona del fuerte se ve la horrible realidad. Ante la mirada cansada y casi acostumbrada de los transeúntes un tractor trae en su remolque dos nuevos cadáveres que acaban de aparecer en un sótano y que serán enterrados en alguna fosa común en la que descansan ya miles de muertos.

Hans, un austriaco que viaja con su mujer, Ina, y su hija de 10 años, pasea por las calles del fuerte holandés, que también fue en otras épocas el fuerte portugués y el fuerte inglés. "Hace dos semanas que llegamos a Sri Lanka y, por suerte, estábamos en la montaña cuando pasó lo del tsunami. Nos hemos quedado porque no creemos que haya peligro y tampoco tiene sentido irse", afirma. Pero los habitantes de esta zona del sur de la isla no han dejado que la tragedia les paralice. Desde el día siguiente del fatídico 26 de diciembre empezaron las labores de desescombro, que han permitido que la carretera entre la capital, Colombo, y Galle esté casi despejada a pesar de transcurrir paralela al mar.

En esa carretera se encuentra la localidad de Beruwela, en la que la flota de barcas de pesca quedó varada casi sobre la misma carretera. Allí muchos pescadores, como Namil, intentan devolver las naves a su elemento. "Mi familia y yo tuvimos suerte. Salvamos la vida, y la barca puede que no esté demasiado dañada, aunque perdimos la casa", cuenta.

Pero a pesar de la fortaleza de ánimo con el que los habitantes de las zonas afectadas de Sri Lanka han afrontado la enorme tarea de recuperación, todos tienen claro que es imprescindible la ayuda internacional. Esa ayuda no ha dejado de llegar casi desde el día siguiente de la catástrofe. Se han invertido millones de euros, en éste y en todos los países afectados. Pero ante las cifras crecientes de víctimas y de desplazados, que en Sri Lanka casi llegan a los 900.000, crece el temor de que la comunidad internacional abandone cuando se apague el interés de la opinión publica.

Esta semana, los países más golpeados por el tsunami afrontan entre esperanzados y desconfiados la cumbre de países donantes que tendrá lugar en Yakarta el próximo 6 de enero. A pesar de las grandes cifras que se barajan, la ayuda no acaba de llegar a todas las zonas. Ayer la delegación europea encabezada por el Comisario Europeo de Desarrollo y Acción Humanitaria, Louis Michel, entregó comida y víveres a los refugiados de un campo gestionado por la Cruz Roja.

Promesas y desconfianza

Michel insistió en que la presencia europea en la zona no será a corto plazo. "Estaremos aquí durante el tiempo que haga falta. Meses, quizá años", afirmó el comisario, que hoy vuela con el resto de la delegación a Indonesia para reconocer la zona y asistir, junto con los presidentes de la Comisión y de Luxemburgo a la cumbre.

Pero los afectados parecen no confiar del todo en la comunidad de donantes internacionales. A las peticiones de las autoridades de Sri Lanka, incluyendo la propia presidenta del país, que se reunió ayer con la delegación europea para expresar sus preocupaciones en este sentido, se une la de los propios afectados por el desastre.

Nimal estaba en el campo de desplazados que visitó la representación europea en Galle. Y se mostró muy agradecido, pero añadía temeroso: "No sé cuánto durará esto. Yo lo he perdido todo, incluso a mi familia. Ya no hay futuro para mí si no me ayudan". Nimal es un hombre de 46 años que vio cómo su familia y casi su vida se acababa en unos minutos.