El 22 de marzo del 2004, el líder espiritual de Hamás, el jeque Ahmed Yasín, fue asesinado en un bombardeo israelí en Gaza. En contra de lo que muchos esperaban, el asesinato no originó un baño de sangre ni masivas protestas populares más allá de unos multitudinarios funerales en Gaza.

"Ahora estamos más fuertes que hace un año. Desde el punto de vista de la resistencia, los ataques continuaron hasta el periodo de calma y hemos perfeccionado los cohetes Qasam. Desde el punto de vista político, hemos ganado elecciones en los sindicatos, las universidades y los ayuntamientos", explica en un restaurante de Gaza Sami Zohre, portavoz del movimiento fundamentalista. "Hamás no se construye sobre personalidades", dice Zohre.

Un año después de la muerte del jeque, Hamás es una alternativa real de poder a Al Fatá, con buenos resultados electorales en las municipales y mejores expectativas aún para las elecciones legislativas del 17 de julio.

No es una transición fácil. Por un lado, Hamás debe gobernar en ayuntamientos importantes, lo cual implica trabajar con ONG financiadas por la UE o EEUU --que consideran al movimiento un grupo terrorista-- y satisfacer las necesidades de una población exhausta, tras cuatro años y medio de castigo israelí. Por otro lado, su popularidad se basa no sólo en su dura posición contra Israel, sino, sobre todo, en el hastío por la corrupción y las luchas de poder de Al Fatá.

El apoyo popular

Por eso, seguir los pasos del partido fundado por Yasir Arafat implica poder perder apoyo popular y crear divisiones internas. A grandes rasgos, Hamás está dividida en dos líneas: el liderazgo en el exilio, encabezado por Jaled Mashal, que ve con reservas la apuesta política, y el liderazgo en el interior, que es el que ha forzado que el grupo se presente, por primera vez y pese a su rechazo a los acuerdos de Oslo, a las legislativas de la Autoridad Nacional Palestina.

De ahí que los pasos sean lentos y muy calculados. La línea oficial dice que regir los ayuntamientos y presentarse a las legislativas no es hacer política ni reconocer Oslo, sino "velar por los intereses de la población", en palabras de Zohre. El exilio ya ha rechazado que, tras las legislativas, Hamás vaya a entrar en el Gobierno palestino. El liderazgo interno, según Zohre, "no ha descartado nada. El debate está abierto".