Ni siquiera cumplir los supuestos objetivos basta para satisfacer a Donald Trump, especialmente en una cuestión vital tan politizada y electoralmente usada por el presidente de EEUU como la inmigración. Es la conclusión tras la dimisión, el viernes, de Kevin McAleenan, el cuarto secretario de Seguridad Nacional en menos de tres años.

McAleenan, un tecnócrata de 48 años respetado por su experiencia en el departamento creado tras el 11-S, había estado en funciones en el cargo desde abril, cuando Trump realizó una purga para promover una línea «más dura» en consonancia con la ideología radical de su asesor Stephen Miller y sus intereses electorales. En estos seis meses logró reducir en casi dos tercios el flujo migratorio en la frontera. Ha sido, además, artífice de cuestionados acuerdos que han puesto patas arriba el sistema de asilo, como la calificación de facto como «países seguros» de Guatemala o El Salvador o el pacto que fuerza a los migrantes a esperar la resolución de sus casos en México.

Pese al apoyo a medidas agresivas, al muro o al uso de la amenaza de aranceles como herramienta de negociación, McAleenan también intentó frenar acciones como las redadas contra familias inmigrantes y se opuso al recorte de ayudas a países centroamericanos. Mostró remordimientos por haber apoyado la política de «tolerancia cero» que llevó a la separación de más de 2.500 menores de sus familias. Y nunca logró disipar las dudas de Trump sobre su lealtad, alimentadas por las voces más radicales del entorno del presidente, que lo señalaban como demócrata.

Ahora se despeja el camino para el ascenso de aliados más radicales e inexperimentados como Ken Cuccinelli, temporalmente a cargo de los Servicios de Ciudadanía e Inmigración, o Mark Morgan, comisionado en funciones de la Patrulla Fronteriza.