Ya estoy en Calang, en la costa noroeste de la isla de Sumatra, en Indonesia, trabajando en una ciudad arrasada en diciembre por el tsunami. Llevo aquí más de dos semanas y me voy a quedar hasta mediados de este mes. Esto es impresionante; ni siquiera estando aquí logras imaginar lo que pudo ser esto.

Nosotros --otro médico, dos enfermeras, dos bomberos y yo-- trabajamos en la Unidad de Cuidados Básicos de Salud que Médicos del Mundo ha montado en la ciudad. Trabajamos sin respiro. Hago cirugías menores, atiendo partos, cuido a enfermos de malaria y diarreas varias. Sólo quedan 600 de los 7.000 habitantes; en la colina viven 4.000 personas llegadas de pueblos cercanos.

Parece Vietnam; sólo se puede llegar en helicóptero, todo es arena y polvo junto a la playa. Hay carpas grandes levantadas por las ONG y un Ejército que atemoriza a la población. También lo intentan con las ONG, y a veces lo consiguen.

Vivimos entre familias amputadas, pisamos las ruinas de sus casas para no mojarnos los pies camino de las letrinas, nos limpiamos con el agua que ha sepultado a más de 200.000 personas. Es una sensación extraña. Pero la actitud de la gente... Son muy positivos, siempre tienen una sonrisa en la boca. Esta fue la primera sorpresa al conocer a la población local, la primera gran lección: cómo se asume la desaparición de tantas personas, en este caso 6.400 de los 7.000 habitantes de Calang.

Es difícil saber quién ha perdido a toda su familia y quién ha tenido la fortuna de conservarla. Las construcciones eran sólidas, de cemento y ladrillo, pero sólo tres viviendas fueron capaces de resistir, en parte, la embestida del mar.

La sonrisa nerviosa

De estas cosas hemos hablado mucho con Joe, nuestra mano derecha aquí. Joe es un habitante de Calang que pudo reaccionar al ver cómo el agua se retiraba cientos de metros de las playas, minutos antes de que las olas arrasaran las costas.

Además de la asistencia directa en el hospital de campaña, cada semana nos desplazamos en zodiac a dos pequeñas poblaciones cercanas a la bahía de Calang. Didi --así se llama uno de los miembros-- suele bromear cuando le preguntamos cómo vivió el tsunami, en el que perdió a toda su familia. "Me gusta surfear en el tsunami", dice con una sonrisa leve, nerviosa.

Didi cuenta que tras el terremoto fue a ver su tienda. Entonces vio cómo una gigantesca masa de agua hacía añicos los edificios de Banda Aceh. Se giró con su moto y comenzó a acelerar hasta que la ola le alcanzó, lanzándole contra una parada de autobús de la cual escapó dejándose arrastrar.