Desde el 24 de septiembre cada día juega en contra del presidente de EEUU, Donald Trump. También a su favor. El Congreso, con el proceso de investigación para un impeachment formalmente abierto por la demócrata Nancy Pelosi tras conocerse las presiones que Trump hizo a su homólogo de Ucrania para que investigara a su rival político Joe Biden, ha redoblado esfuerzos. Llueven citaciones exigiendo documentos, incluyendo las enviadas el viernes a la Casa Blanca y al vicepresidente, Mike Pence. Los primeros interrogatorios, incluso a puerta cerrada, van ampliando la información dañina para el mandatario, señalado también en un goteo constante de revelaciones de la prensa.

Y uno de los más duros mazazos para Trump llegó ayer, cuando se confirmó que un segundo analista de la comunidad de inteligencia, este con información directa de los manejos del presidente con Kiev, había hablado ya con el inspector general de esa comunidad. La aparición de ese segundo whistleblower (denunciante), que ha ratificado la información del primero, torpedea el argumentario de Trump para tratar de desacreditar el proceso contra él.

El presidente, no obstante, sigue a flote. Los tiempos que impone el proceso legislativo y su poder de recurrir al «privilegio ejecutivo» para retrasar la entrega de documentos son aire para una rabia y una retórica desaforadas y agranda su capacidad de enturbiar el mensaje, debilitando el caso, si no legal, ante parte de la ciudadanía. Trump está tocado, pero con los republicanos en el Congreso y una potente maquinaria mediática conservadora como muros de contención, no está hundido.

Lejos de negar los hechos por los que afronta el impeachment, Trump los defiende públicamente, los normaliza e incluso suma nuevas afrentas, como llamar ante las cámaras a China a investigar a Biden (que no está siendo oficialmente investigado en EEUU). Habla de «golpe» (de estado), arenga miedos de «guerra civil» y esgrime contra los demócratas el cargo de «traición». Ha elevado el «fake news» a «prensa corrupta», continúa su campaña de descrédito de la comunidad de inteligencia y alimenta y se nutre de teorías de la conspiración. Con todo ha inyectado más energía a sus ya enérgicas bases, entre las que mantiene un respaldo que ronda el 90%.

En 24 horas, tras la publicación en abril del informe del fiscal especial Robert Mueller, las donaciones para su reelección sumaron un millón de dólares. Con el anuncio de Pelosi se llegó a esa cantidad en tres horas. En los dos días siguientes a las arcas de campaña y del Comité Nacional Republicano llegaban 13 millones de dólares. Lo destacable no es solo la cifra: según Brad Parscale, poderoso director de la campaña, más de 50.000 aportaciones eran de nuevos donantes.

DIVISIÓN PARTIDISTA / Aunque el apoyo al proceso crece entre la ciudadanía y el balance de encuestas que hace Fivethirthyeight.com muestra un 46,5% de respaldo y un 44,8% de oposición, tras los datos late una radical división partidista. Y Trump sigue teniendo armas casi inexplicables. En un sondeo de Monmouth, por ejemplo, cuatro de cada 10 republicanos dicen que el presidente no pidió a Ucrania investigar a Biden incluso cuando esa petición aparece en la transcripción editada de la llamada que se vio forzada a publicar la Casa Blanca.

Los independientes tienden más a creer las acusaciones (sin pruebas) de Trump sobre la supuesta corrupción de Biden. «Esto nos dice lo poderoso que puede ser el filtro partidista para interpretar hechos obvios», dice Patrick Murphy, director del centro de encuestas. Para un hombre obsesionado consigo mismo y su imagen en la historia debe resultar desquiciante sumarse a Andrew Johnson, Richard Nixon y Bill Clinton como el tercer presidente enfrentado a un impeachment y la angustia permea sus últimas apariciones, declaraciones y diatribas en Twitter, cada vez más frenéticas. Pero a diferencia de Nixon, que dimitió antes de que empezara el juicio político, Trump tiene respaldo prácticamente unánime de sus filas.

Hoy es impensable que 20 de los 53 senadores republicanos sumen su voto a los 47 demócratas en un eventual juicio político en la Cámara Alta para llegar a la mayoría absoluta que convertiría a Trump en el primer presidente expulsado. Los pocos que se atreven a cuestionarle son atacados desde medios conservadores. Solo cuatro que afrontan reelección en el 2020 lo hacen en estados donde Trump es impopular. Y las pocas grietas mantienen viva la posibilidad de que el juicio ni siquiera llegue a celebrarse: una vez que la Cámara Baja presente los cargos, en el Senado basta mayoría simple (51 votos) para desestimarlos.