"¿Dónde está la Cleggmanía?", le preguntaron a viva voz a Vincent Cable, el candidato liberaldemócrata a cargar con la cartera del Tesoro, durante la larga noche de escrutinio electoral. Y Cable no pudo ser más lacónico en su respuesta. "Parece que no se ve por ninguna parte". Se ha visto durante la campaña, en el entusiasmo que parecía generar con sus apariciones públicas, en las encuestas, en la cobertura mediática. Pero, a la hora de la verdad, la Cleggmanía prácticamente se ha desvanecido. Su batacazo ha sido tremendo. Y, aun así, el nuevo Gobierno de Gran Bretaña dependerá de la decisión que en los próximos días tome Nick Clegg.

Convenció tanto durante los debates televisados y los mítines que los sondeos otorgaban a Clegg el honor de ser considerado el líder que producía más empatía. A los liberaldemócratas se les parecía abrir un futuro primaveral. Al final, se han encontrado con un paisaje más bien otoñal. Han subido solo un 1% de votos en todo el país respecto a las últimas elecciones, celebradas en el 2005, pero han perdido cinco escaños. Son las ocurrencias del sistema electoral británico, que no es proporcional. De 62 parlamentarios en el 2005 a los 57 del 2010. Ya puede afirmarse sin paliativos que la burbuja Clegg ha estallado.

Resultado inesperado

Clegg, junto a su esposa vallisoletana, Miriam González, cogió ayer por la mañana un tren en Sheffield hacia Londres. En la sede liberaldemócrata de la capital le aguardaba un enjambre de medios. No quiso que ninguna cámara le filmara durante el trayecto. Quizá por el camino necesitaba pensar la justificación del inesperado resultado. "Mucha gente --dijo una vez en Londres-- estaba deseosa de un cambio, pero parece que a la hora de la verdad se decantaron por lo conocido. De alguna forma, les entiendo. En el delicado contexto económico actual, resulta normal no arriesgar. Pero ya aviso que no me voy a echar atrás en mi esfuerzo por cambiar las cosas", añadió el líder de los liberaldemócratas.

Falta de química

Los dos grandes partidos, laborista y conservador, estaban atentos a su declaración. De él depende el color del nuevo Gobierno. Cuestión de matemáticas. Y Clegg ya dejó entrever que parece más inclinado a bailar con el tory David Cameron antes que con Gordon Brown. De sobras es conocido que entre el todavía primer ministro y el líder liberaldemócrata la química brilla por su ausencia.

"Tal y como dije durante la campaña, creo que es justo que el partido que ha conseguido más votos tenga el derecho de formar Gobierno. Los conservadores están en esa situación. Por tanto creo que tienen esta prioridad de tratar de componer un Gobierno estable", dijo Clegg, en lo que parecía un claro guiño a Cameron.

Sistema roto

No obstante, Clegg fue claro al poner por delante una condición para ofrecer su apoyo, que ha ido aventando a lo largo de la campaña: la necesidad de una reforma del sistema electoral. Ciertamente, el número de escaños que le otorga el actual sistema no se corresponde con lo que en cualquier democracia proporcional tendría con un 23% de votos. Desde luego, serían bastantes diputados más. "Nuestro sistema electoral está roto", subrayó.

Por supuesto, no se olvidó de recordar las irregularidades ocurridas en algunos colegios electorales durante la jornada del jueves. La mayoría de los afectados fueron jóvenes, presumiblemente votantes a su favor. Pero se guardó bien de utilizarlo como excusa por el bajo vuelo del globo.