La pregunta se repite una y otra vez desde hace una semana en un espot de la televisión estatal, la única existente en Cuba. «¿Dónde está Fidel? ¿Dónde está Fidel? ¿Dónde está Fidel?»... y así casi hasta el infinito con motivo de cumplirse, hoy, 25 de noviembre, el primer aniversario de la muerte del comandante en jefe. Pero el interrogante no está de más, aunque solo sea por echarlo de menos, toda vez que la omnipresencia fue el estilo de gobierno aplicado por Fidel Castro durante más de medio siglo. Conviene recordar, por ejemplo, que el Noticiero Nacional de Televisión comenzaba día a día sus emisiones, invariablemente, con un verbo y la palabra «Fidel», es decir «asistió Fidel», «recibió Fidel», «manifestó Fidel», «visitó Fidel»...

Cuando el huracán Irma, poderoso y catastrófico, barría a inicios de septiembre pasado la costa norte del archipiélago cubano y amenazaba con llevarse por delante La Habana, la gente pudo comprobar la diferencia entre los hermanos Castro.

Sin ningún Castro

Fidel hubiera aparecido en medio de la tormenta, con una capa de agua, quizá con un casco de guerra, montado en tanques anfibios, dirigiendo las labores de rescate in situ, como lo hizo por primera vez durante el paso del huracán Flora, en octubre de 1963. Pero a Raúl, de 86 años, no se le vio nunca y solo se supo de él a través de una nota de prensa tras el paso de Irma. Está claro que el general no quiere ser el comandante.

Aunque lo que en verdad define la diferencia en la estrategia de gobernar de ambos hermanos -y esta es la opinión generalizada- no radica en mojarse o no en los ciclones, sino en el dinero. En Cuba, donde nada es fortuito ni las cosas ocurren por azar, se inauguró el pasado 8 de junio el superhotel de lujo Manzana, rodeado de enclaves de miseria y frente a la estatua del héroe nacional cubano, José Martí, quien escribió en sus Versos sencillos (1891) «Con los pobres de la tierra / Quiero yo mi suerte echar».

Los cubanos, que hasta ahora gastaban la broma de que este era un país consumista, es decir, «con-su-mismo pantalón, con-su-misma camisa y zapatos», quedaron deslumbrados ante las vidrieras del Hotel Manzana, dirigido por la cadena suiza Kempinski, con joyas que cuestan por encima de 10.000 dólares, cifra más significativa si se conoce que el salario medio mensual de un cubano es el correspondiente a 25 dólares.

Un año antes, el 4 de mayo del 2016, y a unos escasos metros de ahí se hizo un desfile con la colección Crucero 2017 de Chanel, lentejuelas, glamur y una camiseta con la frase «¡Viva Coco libre!», que por primera vez llegaba a América Latina con una fugaz explosión de lujo de media hora en una isla entrenada en sobrevivir en medio de la austeridad. La señal resulta clara, la era Fidel, cuyo propósito -según sus propias palabras- era «crear riqueza con la conciencia y no conciencia con la riqueza» y donde todos eran igual de pobres, quedaba atrás con la nueva administración de Raúl Castro, más realista, de tanto tienes tanto vales.

El poder del dinero

Nunca antes, desde la llegada de Fidel Castro al poder en enero de 1959, el dinero ha tenido tanta representatividad en el país como ahora. Un ahora en que, a diferencia de antes, un cubano puede comprarse una casa, un auto, pasar vacaciones en un balneario de la isla (antes reservado para extranjeros en un apartheid turístico) o viajar al extranjero, a Cancún, en México, por ejemplo. Además, y aunque parezca una nimiedad, también ¡tener teléfono móvil! Y hablar en inglés, que, lejos de constituir un pecado ideológico, es promovido en la enseñanza nacional. Se crea o no.

También la iniciativa privada, los emprendedores -conocidos en la isla como cuentapropistas-, tienen mayor presencia. Con sus altibajos, porque de pronto, como en estos últimos días, se les vuelve a crear trabas. Esto es cíclico, pero la cifra ya llega a medio millón, existen 201 actividades privadas autorizadas y uno de los negocios más florecientes de estos otrora enemigos de clase son los restaurantes, según estimaciones oficiales.

Esta es la Cuba de hoy, que un día ya lejano había proclamado que «el futuro pertenece por entero al socialismo». Y este es también el preámbulo de la Cuba de mañana.