A Pedro Antonio Marín el momento en que empezó a derrumbarse Colombia lo sorprendió descargando quesos en la plaza central de un pequeño pueblo del oeste del país. "¡Mataron a Gaitán!", escuchó, como escucharon aquella tarde todos los colombianos, alarmados, asustados, conscientes de que empezaba lo peor. El caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán acababa de ser asesinado en el centro de Bogotá. Era el 9 de abril de 1948 y lo que vendría a continuación sería un prolongado y salvaje enfrentamiento entre liberales y conservadores, germen de la posterior guerra de guerrillas. Al joven Marín le encantaba jugar al trompo y tocar el violín, y nada permitía pensar que acabaría empuñando el fusil, pero su familia era liberal y la persecución contra los liberales lo obligó a echarse al monte. "Alzarse en armas era la única manera de sobrevivir", contó muchos años después, hacia finales de los 90, cuando del joven dedicado a vender quesos y dulce de panela solo quedaba el recuerdo. Un remoto recuerdo.

Tomar el poder

Para entonces se había cambiado el nombre a Manuel Marulanda Vélez y comandaba una guerrilla de más de 15.000 hombres con la inquebrantable decisión de tomar el poder, acabar con los privilegios de la oligarquía y poner en marcha un régimen marxista. En 1964 había formado parte del grupo fundador de las FARC y pronto se había convertido en su líder, y a finales de los 80 y principios de los 90 su estrategia militar le permitía ejercer control sobre vastos territorios y mirar de tú a tú al Estado. La misma estrategia, basada en gran parte en los secuestros indiscriminados y el tráfico de drogas, además de la violación constante de las leyes básicas de la guerra, le había granjeado el desprecio de la mayor parte del pueblo por el que decía luchar.

La llamaban Tirofijo por su puntería. "Donde pone el ojo, pone la bala", se comentaba. Pero a él nunca le llegó a gustar ese apodo.