Solo seis cartones de leche componen la cesta de la compra de João Duque -nombre ficticio-, de 54 años. “Son seis Santo Antonios”, calcula con rapidez la cajera. En las estanterías de este supermercado, situado en una empinada calle del corazón de Lisboa, hay desde productos básicos hasta camas para mascotas, muchos donados por comerciantes del barrio. La diferencia es que aquí no se paga con dinero, al menos no con dinero real, sino con billetes con la imagen del patrón de la ciudad, creados “en exclusiva” para la tienda. Un ejemplo más que demuestra que en la capital lusa la solidaridad no solo se reinventa, sino que se ejerce puerta a puerta.

Inaugurado hace apenas 20 días, el nuevo ultramarinos de la 'freguesia' -el equivalente en portugués al distrito- de Santo Antonio tiene ya un millar de clientes asociados, una cifra nada despreciable si se tiene en cuenta que en la zona viven 14.000 vecinos. El perfil de los usuarios es variopinto: desde inmigrantes africanos hastaancianos, pasando por casos como el de João, desempleado y en situación precaria después de que su vida diera un giro de 180 grados.

Hace apenas unos años, su holgada situación financiera les permitía a su mujer y a él soñar con una jubilación anticipada a los 60. Hoy, ambos en paro, sobreviven con un subsidio que no llega a los 400 euros por mes, lo que convierte esta iniciativa en su única forma para alimentarse, como admite el propio João.

Diversidad de iniciativas

Un piso más arriba del supermercado se encuentra la ‘franquicia’ portuguesa de ‘Dress For Success’, un proyecto abierto en Lisboa desde 2012 -en el peor momento de la crisis económica que azotó Portugal- que busca ayudar a mujeres con escasos recursos o en riesgo de exclusión social proporcionando consejos sobre imagen y estética, claves a la hora de conseguir un empleo.

Adama Djaló, de 31 años, es una de las beneficiarias del programa. Nacida en Guinea Bissau, llegó a Portugal hace cinco años. Residente en un suburbio de Lisboa, tanto ella como su hija y su hermano hacen malabares para llegar a fin de mes con una subvención de 270 euros, a los que suma el dinero que obtiene de la venta de tejidos africanos. Para ella, el descubrimiento del programa significa recuperar la posibilidad de cumplir un sueño que permanecía aparcado: ya está siendo asesorada para lanzar su propia línea de calzado.

También en Alfama, el barrio más castizo de Lisboa, cuidar la imagen está ahora al alcance de todos. Con precios que van desde el gratis total hasta los dos euros por servicio, en tan solo 15 días lapeluquería social de Santa María Maior ya es la comidilla en las tertulias a pie de calle. La idea surgió después de que Mónica Navais y Paula Nunes, técnicas de apoyo social en la zona, escucharan el lamento de varias vecinas por no poder costearse este tipo de cuidados. “Había gente que lamentaba tener que ir a una entrevista de trabajo y no poder teñirse el pelo”, relata una de ellas. A los hombres les llega su turno los últimos jueves y viernes de cada mes, cuando se pone en marcha una barbería itinerante a la que acuden principalmente personas sin hogar.

La importancia de la comunidad

“La Administración central solo conoce el número fiscal, nosotros aquí conocemos a las personas. Para mí, lo ideal sería no tener que hacer todo esto”, afirma con cierta indignación el conservador Vasco Morgado, presidente de la Junta de Freguesia de Santo Antonio. Una opinión compartida por su homólogo en la Junta de Santa Maria Maior, el diputado socialista Miguel Coelho. Pese a pertenecer a partidos políticos opuestos, ambos son conscientes del papel que juegan las administraciones de distrito en la asistencia social frente a la ausencia de soluciones por parte del Estado.

En los barrios históricos, pared con pared con los alojamientos turísticos y las casas de fado a la caza de visitantes extranjeros, resiste una población, en su mayoría ancianos, que sobrevive a duras penas a los envites de la crisis y de la especulación inmobiliaria.

En medio de esa desigualdad, proyectos locales impulsados por las “juntas de distrito” suponen un apoyo clave para los vecinos y, al mismo tiempo, mantienen una de las señas de identidad de Lisboa: un carácter ‘bairrista’ amenazado por la transformación de la capital que, al contrario de sus homólogas europeas, desconocía hasta ahora el significado de la palabra gentrificación.