Una encuesta hecha pública ayer afirma que la mayoría de los estadounidenses creen que los ataques terroristas del 11-S, de los que hoy se cumple el sexto aniversario, fueron el acontecimiento más significativo de sus vidas. Seis años después, el que entonces era el inquilino de la Casa Blanca, George Bush, sigue siendo el presidente de EEUU. Pero, a pesar de la magnitud histórica del golpe de Osama bin Laden, ya hace tiempo que Bush dejó de ser el presidente del 11-S y pasó a ser el responsable de la guerra de Irak, un conflicto que su Administración intentó persistentemente vincular sin pruebas a los atentados y que ha fracturado el país hasta límites inimaginables hace seis años, cuando EEUU cerró filas tras el zarpazo terrorista.

Los caprichos del calendario han querido que esta semana los dos hechos que convierten en trascendental la presidencia de Bush hayan coincidido. Mientras los familiares de las víctimas del 11-S se disponían a recordar una vez más a sus muertos (esta vez con menos carga dramática que en los anteriores aniversarios), ayer comparecieron ante el Congreso el general David Petraeus, comandante de las tropas de Estados Unidos en Irak, y Ryan Crocker, el embajador estadounidense en Bagdad.

Su testimonio fue planteado por la Casa Blanca como el informe imparcial definitivo para evaluar si la estrategia en Irak funciona y decidir qué camino seguir. El objetivo de Bush es evitar que los demócratas logren convencer a suficientes republicanos en el Congreso para que les ayuden a minar el poder de Bush sobre la guerra a través de la principal arma constitucional con la que cuentan: la financiación del conflicto.

Pero ni el Ejército, una institución que solía gozar de un gran respeto en el país, se salva de la quema de sospechas, manipulaciones y mentiras con las que Bush ha sustentado sus dos mandatos. Antes de escuchar su testimonio, el movimiento pacifista MoveOn publicó ayer un anuncio a toda página en The New York Times en el que acusaba a Petraeus de traición y de manipular las cifras de la violencia para acomodarlas a la estrategia política de la Casa Blanca, a la que gran parte del país cree capaz de quebrar cualquier norma legal, moral y constitucional para impulsar sus políticas.

LOS NUMEROS Consciente de ello, el general Petraeus dedicó parte de su intervención a defender la calidad de sus cifras y abrumó a los congresistas con detallados gráficos que sostenían su primera gran tesis: que la seguridad en Irak está mejorando y que, por ello, se puede plantear una reducción escalonada de las fuerzas, que cifró en unos 4.000 soldados en diciembre (empezando por una unidad en octubre) y una reducción paulatina --aunque sin comprometerse a un calendario-- hasta el próximo verano cifrada en 30.000 soldados. Así, el próximo mes de julio EEUU tendría a 130.000 soldados, los mismos de principios del 2007, antes del aumento ordenado por Bush.

La segunda gran tesis del militar, totalmente en línea con la Casa Blanca, es que una retirada precipitada de Irak sería una catástrofe. De ahí su negativa a comprometerse a plazos y a aventurar cuál debería ser la estrategia a seguir a medio plazo. Intentando en todo momento ser profesional y ceñirse a datos, lo más parecido a una autocrítica en su discurso fue que la cifra de muertes de civiles es "demasiado alta" y que la mejora de las fuerzas de seguridad iraquís es "lenta". En cambio, Petraeus acusó directamente a Irán de instigar la violencia en Irak.

"No puedo garantizar el éxito en Irak, pero creo que es posible", dijo Crocker. "Fracasar tendría unas graves consecuencias. Nuestra estrategia es difícil, pero las alternativas son mucho peores", apuntó el embajador.