La música ayudó ayer a cicatrizar la última herida de la guerra fría. La Filarmónica de Nueva York ofreció un recital histórico en el Gran Teatro de Pyongyang, capital norcoreana, entendido como un paso más en la normalización de relaciones entre dos países en situación técnica bélica, más de medio siglo después de que la guerra de Corea finalizara con un armisticio.

Desde 1953 no entraban de golpe 300 extranjeros en el país más hermético del mundo. Hay unos 80 periodistas, casi todos de EEUU. Tuvieron que dejar los móviles en el aeropuerto, pero se les ha permitido navegar con cierta libertad por internet. En el autobús que les llevó al teatro, pudieron ver los carteles que glosan la capacidad atómica nacional y amenazan con "destrozar al imperialista estadounidense".

El concierto empezó con los dos himnos nacionales y Arirang, el inevitable canto coreano, y siguió con un repertorio ecléctico: Richard Wagner (el preludio del acto III de la ópera Lohengrin ), Anton Dvorak (su novena sinfonía) y George Gershwin (Un americano en París ). Un gran aplauso le puso fin con los 1.500 asistentes en pie: una mayoría de cuadros del Gobierno norcoreano, algunos profesores y estudiantes de música y unos 200 estadounidenses. No asistió ningún diplomático de Washington ni el dictador Kim Jong-il, pero las partes subrayaron la relevancia del acto.

OPTIMISMO MENGUADO El recital se había acordado el año pasado, tras el tratado que daba reconocimiento y energía al país asiático a cambio del cierre de su programa nuclear. El optimismo ha menguado por la desidia norcoreana a cumplir con el pacto. La secretaria de Estado de EEUU, Condoleezza Rice, está de gira por Asia para presionar a Pyongyang a seguir con el proceso, atascado en la lista de instalaciones nucleares. EEUU desconfía de la presentada en noviembre por incluir el programa de plutonio y omitir el de uranio.