Dónde está mi país?", se preguntaba, en febrero pasado, en medio de un descomunal atasco de tráfico bagdadí, Abú Qusai. Este ingeniero de profesión, ahora sin empleo fijo, tiene edad suficiente como para haber grabado en su memoria los elevados estándares de vida de que gozaba su país durante los años 70 y grandes dosis de sentido común como para echar de menos la precariedad de la vida diaria durante la era de las sanciones internacionales con Sadam Husein como presidente, en comparación con el caos, el desgobierno y la corrupción actual.

Siete años y medio después de poner el pie en Irak, el Ejército de Estados Unidos deja atrás uno de los países más corruptos del mundo, con insostenibles tasas de malnutrición, mortalidad infantil y desempleo, y una acuciante necesidad de atraer inversión extranjera directa para poner en marcha de una vez la economía. "Los estándares de vida en el Irak de hoy equivalen a la mitad de la era de Sadam", constata Raj Desai, de The Brookings Institute.

La violencia ha descendido desde su clímax en el 2005, pero también la inversión extranjera. Solo los hidrocarburos y el cemento, únicos sectores considerados productivos y, por consiguiente, atractivos para los empresarios foráneos, han recibido algo de financiación del exterior. La inseguridad jurídica, el ineficaz y desproporcionado aparato burocrático heredado de los tiempos de Sadam Husein, así como el temor del Gobierno a las consecuencias sociales de reducir la mano de obra en las deficitarias empresas públicas, se han confabulado para ahuyentar de Irak los recursos financieros necesarios que permitirían elevar el nivel de vida y crear riqueza y puestos de trabajo, pese a la mejora de la seguridad.

HAMBRE Y POBREZA Son precisamente el elevado paro y los índices de pobreza los principales quebraderos de cabeza de las autoridades, al tiempo que se erigen en una de las principales amenazas para la paz social. La ONU calcula que el 23% de la población vive con menos de 2,2 dólares al día y el Programa Alimentario Mundial (PAM) estimaba en el 2008 que 6,4 millones de iraquís podrían padecer hambre sin el Sistema Público de Distribución, que proporciona raciones al 90% de la población.

La tasa de paro oficial ronda el 18%, pero fuentes extraoficiales hablan de un 30% sin empleo fijo e incluso elevan la cifra a un 48%. Dada la práctica inexistencia de empleos permanentes no vinculados a la Administración muchos sobreviven con tareas ocasionales que no equivalen a una carrera profesional.

Los menores han sido los que han pagado un precio más alto por el conflicto iraquí. Un estudio de la Universidad de Londres, dado a conocer en marzo, detectó en los tres primeros años de guerra una atrofia en el crecimiento de los niños iraquís que residían en el sur y el centro del país, las zonas más afectadas por los enfrentamientos con la insurgencia. Los menores de cinco años de estas zonas, según la investigación, eran de media 0,8 centímetros más bajos.

Como recordaba en la página web de la BBC la autora de la encuesta, Gabriela Guerrero-Serdan, la baja estatura de un menor, que se produce debido a una deficiente ingestión de proteínas, no se recupera una vez que se ha superado la edad de crecimiento. "La baja estatura de estos niños se debe a la mala calidad de la comida, a las enfermedades y a los cortes eléctricos que afectaron el suministro de agua y la refrigeración", constató Guerrero-Serdan.

DESPLAZADOS El drama humano padecido por el país árabe se completa con los traslados forzados de población. El Alto Comisariado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) calcula que un millón de iraquís están aún refugiados en el exterior y que 1,55 millones adicionales son desplazados internos, instalados en asentamientos sin condiciones.

Del 1,5 millones de ciudadanos iraquís que tuvieron que abandonar sus hogares, amenazados de muerte en el 2006 y el 2007 por la irrupción del conflicto sectario entre chiís y sunís, tan solo han podido regresar una pequeña parte.