Desde los atentados del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington, Estados Unidos ha vivido obsesionado con el terrorismo islamista, al que ha dedicado casi todos los esfuerzos a su alcance para combatir fuera y dentro de sus fronteras. Esa misión no ha acabado, pero el país empieza a darse cuenta de que la amenaza más inminente que enfrenta en sus confines ya no proviene de los barbudos de la guerra santa, sino del supremacismo blanco tan arraigado en su historia. La matanza de la semana pasada en un centro comercial de El Paso, reivindicada en un manifiesto racista que alerta sobre la supuesta «invasión hispana de Tejas», se suma a una larga lista de ataques cometidos por pistoleros de la derecha radical contra las minorías o la población en general. Las autoridades empiezan a despertar. Al enemigo lo tienen en casa.

Las cifras son esclarecedoras. Desde los 11-S, el nacionalismo blanco ha matado a más gente dentro de las fronteras estadounidenses (107) que el yihadismo (104), según el centro de análisis New America. Sus acólitos cometieron el año pasado el triple de asesinatos que los extremistas islámicos o el 98% de todos los crímenes de odio, de acuerdo con la Liga Antidifamación. También fue su año más letal desde 1995, cuando Timothy McVeigh y Terry Nichols acabaron con la vida de 168 personas tras volar un edificio gubernamental en Oklahoma City. Y todo apunta a que este año será todavía peor.

«Cada vez que hay una nueva oleada inmigratoria en este país, hay una respuesta en forma de ataques. Sucedió en su día con los chinos, los irlandeses o los polacos. Ahora los hispanos. Siempre hay un periodo de rechazo», asegura a este diario el veterano investigador de la extrema derecha, Chip Berlet. EEUU no está solo en la creciente embestida del racismo blanco y los neonazis, como demuestran los ataques en Nueva Zelanda, Alemania o antes en Noruega. El auge político del populismo xenófobo a ambos lados del Atlántico está envalentonando a su rama más violenta y conspiratoria, que ve en la creciente multiculturalidad de las sociedades de raíz europea una «invasión», un «genocidio blanco», un «gran reemplazo». Su terminología, no hace mucho confinada a las cloacas de internet, la abanderan hoy líderes políticos y comentaristas de opinión.

«En la retórica de Trump hay un guion codificado de violencia. Dice que los recién llegados no pertenecen aquí, que están destruyendo nuestro modo de vida», dice Berlet. Una cosmovisión que tiene en Fox News un altavoz con millones de telespectadores y en el Partido Republicano a numerosos adeptos. Varios presentadores estrella de la Fox, como Laura Ingraham, Tucker Carlson o Sean Hannity, han hecho de la terminología del nacionalismo blanco su pan nuestro de cada día.

Mientas, la otra parte del país trata de reaccionar horrorizado a la violencia de los radicales. «La amenaza de los supremacistas blancos es significativa», dijo recientemente en el Congreso el director del FBI, Christopher Wray. El problema es que el 80% de los analistas y agentes de campo de la agencia están centrados en el terrorismo islamista dentro y fuera de las fronteras de EEUU.

Tampoco la ley ayuda porque, si bien el país cuenta con unas leyes intrusivas para intervenir las comunicaciones de los islamistas radicales o arrestarlos por cooperación con grupos terroristas como el Estado Islámico, el discurso de los supremacistas está protegido por la Primera Enmienda. Y ni siquiera el Ku Kux Klan ha sido designado como una organización terrorista.