Los senadores han regresado al Capitolio. El presidente vuelve a viajar por el país. Y una treintena de Estados han empezado a levantar las restricciones que pesaban sobre sus economías. Visto desde fuera podría parecer que Estados Unidos ha conseguido doblegar la famosa curva de infecciones y está listo para poner nuevamente en marcha sus motores, pero sería una impresión equivocada. La desescalada en el epicentro mundial del coronavirus ha comenzado a las bravas y de espaldas en gran medida a los criterios científicos recomendados por la propia Casa Blanca.

En muchos estados inmersos en la reapertura ni siquiera están descendiendo los positivos de covid-19. Y a los sistemas de diagnóstico y rastreo de contactos les queda todavía tiempo para estar al nivel que aconsejan los expertos.

Nada de eso ha impedido que haya comenzado el gran experimento de la reapertura, un baile descompasado y algo confuso donde cada estado marca sus pautas y sus tiempos. En Georgia vuelven a funcionar las peluquerías, gimnasios o boleras. En Florida han abierto los restaurantes, comercios y algunas playas. Y en Tejas todo está listo para que el viernes reabran los cines, los museos o los centros comerciales. En esta nueva normalidad, nada es muy normal. En los establecimientos de muchos estados no se puede superar el 25% del aforo; en otros hay que pedir cita previa; y en todos se deben respetar los seis pies (1,8 metros) de distancia de seguridad.

Lo más llamativo de todo, sin embargo, es que no necesariamente se están respetando los criterios establecidos por la propia Casa Blanca hace casi tres semanas para iniciar la desescalada en el país norteamericano.

Aunque no eran vinculantes, se apoyan sobre criterios científicos para fijar una reapertura escalonada de la economía en tres fases. Para entrar en la primera, se aconsejaba un descenso continuado de los positivos durante 14 días y un sistema hospitalario capaz de absorber el ingreso de nuevos pacientes. Al mismo tiempo reclamaba suficientes PCR para diagnosticar a los residentes con síntomas y un sistema para localizar a los contactos de cada positivo.

Unas normas que muchos gobernadores han ignorado sin el menor rubor. Estados como Iowa, Arizona, Kansas, Misuri o Tejas han iniciado la desescalada en plena crecida de su curva de contagios. En otros no ha hecho más que aplanarse, sin que se atisbe todavía un descenso sostenido, un escenario que alarma a los científicos. «No tenemos los test. No tenemos rastreo de contactos. No vamos a poder detectar un rebrote, es una situación realmente problemática», dice el epidemiólogo de la Universidad de Columbia, Jeffrey Shaman. Lo que sí tienen todos esos estados es el respaldo incondicional de Donald Trump.

NORMALIDAD FICTICIA / Con su reelección a seis meses vista, el presidente norteamericano le teme más al colapso de la economía que al desastre humanitario de una pandemia que se ha cobrado ya la vida de 72.000 estadounidenses y ha contagiado a 1,2 millones. Y no solo está pintando un panorama bastante más optimista del que reflejan los datos, sino que baraja desmantelar antes de final de mes el gabinete de crisis.

«¿Cuánto vale una vida humana?», se preguntaba el martes el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, quien empieza a recoger los frutos de sus estrictas medidas de contención. «Cuanto antes reabramos menor será el coste económico, pero mayor será el coste humano. Esa es la decisión a la que nos enfrentamos». Uno de los modelos que baraja la Casa Blanca, filtrado a la prensa, dibuja un escenario de hasta 3.000 muertos diarios el 1 de junio, una cifra que doblaría a la actual, y 175.000 nuevos positivos al día.