Desde que hace 30 años Hosni Mubarak se instaló en el poder el presidente egipcio ha sido uno de los principales aliados de EEUU en el mundo árabe y por eso ha causado cierta sorpresa que la Casa Blanca se haya posicionado a favor de los manifestantes, que llevan días desafiando a las fuerzas de seguridad del régimen. Pero ha sido un apoyo de malabarista. Tanto Barack Obama como Hillary Clinton llevan días haciendo encaje de bolillos para mantener el equilibrio entre la defensa de los deseos legítimos de cambio expresados por el pueblo egipcio y el respaldo a un socio vital en la región.

Washington sabe bien que las últimas revueltas populares que se están viviendo en el mundo árabe contra los regímenes autoritarios impactarán de una forma u otra en su política exterior. Por eso, los mensajes pidiendo a Mubarak que impulse reformas de calado y que sea "receptivo" con las "aspiraciones" de su gente se han intercalado con muestras tácitas de apoyo al régimen.

Ayer Obama presionó más al rais Mubarak con una serie de llamadas a líderes de la región como el rey Abdulá de Arabia Saudí, el primer ministro turco Tayyip Erdogan y el primer ministro israelí Binyamin Netanyahu, con las que pretendió coordinar declaraciones de respaldo a la formación de un Gobierno "receptivo con las aspiraciones del pueblo egipcio".

ADVERTENCIAS Hillary Clinton hizo una ronda por cinco de las principales televisiones de EEUU para, por un lado, exigir elecciones "libres, justas y creíbles" que den paso a una transición "ordenada" y una democracia "real". Por otro, dio marcha atrás en el anuncio de que Washington vaya a suspender la ayuda a El Cairo.

La secretaria de Estado evitó hablar de una eventual salida de Mubarak. Pero al mismo tiempo sentó las bases para lo que podría ser un futuro sin Mubarak. "El destino de Egipto está en manos del pueblo egipcio", lanzó desde la Fox.