Faltan nueve días para las elecciones británicas, pero la perspectiva de posibles negociaciones con los liberales está provocando divisiones internas en las filas conservadoras y en las laboristas.

El jefe de los tories, David Cameron, se negó ayer repetidamente a descartar el futuro estudio de una reforma electoral, la principal reclamación del liberal Nick Clegg, en caso de un parlamento sin mayoría. Su elocuente silencio contrasta con una figura de su partido, el exlíder Ian Duncan Smith, quien rechazó de pleno esa concesión y sugirió que Cameron y su equipo no tienen mandato para negociar algo así.

"La reforma electoral plantea un dilema para Cameron. Qui- zás acepte para asegurarse el apoyo de Clegg y formar un gobierno encabezado por los conservadores, pero la reforma dificultaría a los tories ganar en el futuro", señaló Estelle Shirbon, analista de Reuters, .

Entre los laboristas también crecen las tensiones y arrecian las críticas por la falta de empuje de la campaña de Gordon Brown. Clegg rechazó el domingo la posible continuación de Brown al frente de un futuro gobierno si los laboristas quedan terceros. La idea de una lucha por la sucesión en el liderazgo laborista es cada vez más certera.

El ministro de Interior, Alan Johnson, defensor del sistema proporcional de voto y muy popular entre la militancia, ya se ha colocado como el posible interlocutor con Clegg tras el resultado de las urnas. "Como apoyo desde hace tiempo la representación proporcional no estoy obviamente horrorizado por la idea de cómo puede funcionar un parlamento más equilibrado", aseguró Johnson.

ACUERDO MAL VISTO Ed Balls, actual ministro para la Infancia, y David Miliband, responsable de Asuntos Exteriores, son otros de los posibles competidores para sustituir a Brown. Los asesores del primer ministro le han advertido de que no podrá ofrecer el cambio electoral que Clegg pide sin dividir al partido.

Clegg tampoco escapa a las tensiones internas. El jefe de los liberales no ha cerrado la puerta a un posible arreglo con los conservadores, algo que sus militantes verían con malos ojos. El antiguo líder, Paddy Ashdown, ha sido rotundo: "No podemos ir en coalición con los tories, porque no funcionaría".

La campaña ha ido endureciendo el tono ante la perspectiva de lo que en el Reino Unido se llama "un parlamento colgado", es decir, sin mayoría suficiente de ninguna formación política. Los conservadores están jugando la baza del miedo con los electores, pregonando que esa posibilidad "paralizaría" la economía del Reino Unido.

Alguno de los tories ha puesto incluso el ejemplo del régimen de coalición en Bélgica, que acaba de hundirse después de solo cinco meses en el poder, o de Israel, con 32 gobiernos en 62 años, y el de Italia, con 60 desde la segunda guerra mundial.

La cleggmanía estaría haciendo estragos en Londres, donde los liberales podrían arrebatar tres escaños a los laboristas y resistir el envite de los conservadores en otros tres distritos, cruciales para la mayoría absoluta que persigue Cameron. Según el sondeo de ayer del Evening Standard, Clegg y los suyos han saltado en la capital del 16% en que estaban hace pocas semanas a un 28%. Los conservadores de Cameron han descendido al 36% y los laboristas, al 31%.