Ni fiesta democrática ni celebración ciudadana. Estados Unidos afronta las elecciones presidenciales y legislativas del martes con un nudo en el estómago y elevados niveles de ansiedad, fracturado en dos mitades que han dejado de escucharse y que desconfían profundamente del bando rival. Parte del electorado de ambos partidos no cree que estos vayan a ser unos comicios limpios. La amenaza de violencia recorre el país. Y las dos Américas contemplan su potencial derrota en términos apocalípticos: los demócratas temen que sea el fin de la democracia; los republicanos, el principio del socialismo. Para colmo, hay muchas dudas de que pueda haber un resultado definitivo la noche del 3 de noviembre, lo que prolongaría el insomnio de una nación que teme que nada vuelva a ser lo mismo.

Hay tanto en juego que todo apunta a un récord de participación, posiblemente la mayor del último siglo, según las predicciones de los expertos. Más de 80 millones de estadounidenses han votado ya de forma anticipada, lo que ha hecho que en estados como Tejas se haya superado la participación total 2016. Las encuestas siguen dando como ganador al demócrata Joe Biden, que tiene a estas alturas una ventaja superior a la que tenía Hillary Clinton hace cuatro años. Pero esta vez nadie en su partido nadie se atreve a cantar victoria. En las últimas semanas Donald Trump ha recortado su déficit en la mayoría de estados que decidirán las elecciones. En Florida, Arizona o Pensilvania está dentro del margen de error de los sondeos.

Dudas demócratas

No se crean estas encuestas, ha advertido el cineasta y activista de izquierdas, Michael Moore, quien ya predijo la victoria del republicano hace cuatro años. Moore sostiene que los votantes del presidente no se fían de los encuestadores, a los que ven cómo una rama más del llamado Deep State (Estado profundo), y, por tanto, no necesariamente expresan sus verdaderas preferencias. Pero hay otros factores preocupantes para los demócratas. Desde su desventaja en el registro de nuevos votantes en los últimos cuatro años, a la campaña mucho más vigorosa que han hecho los republicanos sobre el terreno. También la baja participación registrada hasta ahora entre los votantes negros e hispanos en estados decisivos como Florida y Pensilvania.

Por no hablar de ese 56% de estadounidenses que dice estar hoy mejor que hace cuatro años en una encuesta reciente de Gallup, un portcentaje superior al que tenían Reagan, Bush y Obama al enfrentar la reelección. Lo paradójico es que también un 56% opina que Trump no merece la reelección, frente al 43% que opina lo contrario. El patio no está para muchas predicciones porque es difícil calibrar la frustración y el sufrimiento que recorren el país. A los más de 230.000 muertos por la pandemia, hay que sumarle los estragos de la recesión económica, las protestas raciales que esta misma semana han dejado serios altercados en Filadelfia, Portland y Washington o la resaca de las catástrofes naturales de este 2020, desde los incendios en la costa Oeste a los huracanes y las inundaciones que asolado el Sur del país.

Temor en las calles

La calle tiene miedo de lo que pueda pasar en las próximas semanas. En los centros urbanos, muchos comercios se han parapetado como si esperaran el paso de un tifón. Algunas empresas han dado esta semana días de fiesta a sus trabajadores para garantizar su seguridad. Y universidades como la George Washington de la capital han pedido a sus estudiantes que hagan acopio de alimentos para aguantar al menos una semana en caso de que no se pueda salir a la calle. Una ansiedad que se deriva en parte del rechazo expresado por Trump a reconocer su potencial derrota y los llamamientos a sus seguidores para que acudan a vigilar los colegios electorales.

Ambos partidos tienen a ejércitos de abogados listos para reaccionar si alguna de las partes impugna los resultados. Y mientras el ronroneo de guerra civil copa los foros online, la venta de armas se ha disparado en todo el país, como suele ser la norma, no obstante, antes de cada elección presidencial. Claro que hay preocupación, llevamos en alerta desde el verano, decía esta semana el jefe de la oficina del FBI, Abbas Golfrey, en Seattle. Su agencia ha redoblado su presencia en el país por lo que pueda suceder. Pero no es la única. Por primera vez se han dado instrucciones al ICE, encargado del arresto de inmigrantes irregulares, para que velen por la seguridad, según publica NBC News.

El fatalismo ha calado incluso entre las mentes más lúcidas. Los niveles de desconfianza que hay en este país en nuestras instituciones, nuestra política y en nosotros mismos- atraviesan un pronunciado declive. Y cuando se hunde la confianza social, las naciones fallan, escribió hace unas semanas David Brooks en The Atlantic.

Final de campaña

Y, entre tanto, la campaña ha entrado en sus horas finales. Trump tenía este domingo cinco mítines previstos en otros cinco estados, un maratón que completará el lunes con otros siete actos de campaña. Menos ambiciosa es la agenda de Biden, que concentrará sus esfuerzos con varios actos en Pensilvania en los dos próximos días, aunque tanto Barack Obama como Kamala Harris visitarán otros estados como Michigan, Florida y Georgia.

Desde fuera son muchos los estadounidenses que rezan estos días para que haya un ganador claro porque, de otro modo, la tensión podría desbocarse. Según publica Axios, el presidente habría dicho a sus asesores que piensa cantar victoria el martes si va por delante en el recuento, a pesar de que muy probablemente no habrá un escrutinio definitivo en varios estados hasta días después de los comicios.