E n las elecciones de hace cuatro años en Estados Unidos, no ganó Donald Trump porque el país se hubiera rendido a sus encantos, sino más bien porque demasiados votantes no querían ver a Hillary Clinton ni en pintura. Cuatro años después la ecuación se repite.

Durante la Convención Nacional Demócrata celebrada esta semana, el partido no ha tratado de vender una agenda que haga soñar al electorado, sino una simple vuelta a la normalidad tras años de tóxica polarización y caos republicano de la mano de Trump. Una normalidad que han querido reflejar en los atributos personales de su candidato. «El carácter y la compasión estarán en las papeletas. La decencia, la ciencia, la democracia», dijo Joe Biden al aceptar la nominación.

El veterano exvicepresidente de Barack Obama no despierta grandes pasiones, pero tampoco genera la hostilidad visceral de su predecesora o su rival en estas elecciones. Trump es el presidente menos popular desde la Segunda Guerra Mundial, con una media de aprobación durante su mandato del 40%, según las encuestas de Gallup. Y desde que lanzó su campaña en Filadelfia en la primavera del 2019, Biden ha seguido una estrategia que dio excelentes resultados a Bill Clinton o George Bush hijo: se ha mantenido extraordinariamente fiel a su mensaje. Ha presentado estas elecciones como una batalla existencial «por el alma de América» entre un presidente que ha puesto «en peligro a la nación» y un experimentado servidor público que restaurará el civismo y la honestidad.

Trump lo ha probado todo para convertir a Biden en una caricatura. Lo ha descrito como un rehén de los poderes fácticos, un instrumento al servicio de China, un viejo chocho al borde de la demencia y, últimamente, como una «marioneta de la extrema izquierda» demócrata. Este viernes, recién concluida la fiesta de sus rivales, afirmó que solo él puede prevenir que el sueño americano deje paso a la «total anarquía, la locura y el caos». Pero es muy cuestionable que el desenlace de la convención vaya a servirle para dar peso a sus argumentos. Biden sorprendió con un discurso impecable, escrito con el corazón y pronunciado con una firmeza que servirá para acallar durante una temporada las dudas sobre su vigor físico.

Los demócratas quedaron extasiados con su resultado. No falló la producción y hubo momentos notables, como los discursos de Michelle y Barack Obama, que en gran medida robaron el espectáculo. Pero también dejó algunas señales que deberían preocupar a sus estrategas. Durante esos cuatros días quedó muy patente que el Partido Demócrata es ya casi exclusivamente el partido de las minorías, cuando unos de los motivos fundamentales de la derrota de Clinton en 2016 fue el éxodo de los trabajadores blancos. «Casi uno de cuatro votantes de clase trabajadora que votaron por Obama en el 2012 renegaron de los demócratas en el 2016, ya fuera apoyando a Trump o apostando por terceros partidos», escribió un año después de las elecciones Nate Cohn, uno de los magos de la predicción electoral.

Y en esta convención hubo muy poco para el obrero de Michigan y Pensilvania. No se habló nada de la epidemia de opioides que hace estragos en el interior del país americano y muy poco del declive industrial, la deslocalización de empresas o las prácticas comerciales chinas que levantan ampollas en el llamado Cinturón del Óxido, un tema que Trump capitaliza día sí y día no. Aunque hubo guiños a los sindicatos, al empleo y esos planes para remozar las infraestructuras que nunca se materializan, el mensaje fue que este ya no es el partido del obrero blanco.

Estados Unidos acumula ya 5,6 millones de contagios y 175.000 muertos, líder mundial en incompetencia, un argumento que los conservadores tratarán como puedan de refutar. «(Trump) Ha hecho un trabajo increíble y es una pena que los medios no lo hayan reflejado», dijo su nuera, quien anunció que el presidente intervendrá cada una de las cuatro noches en la convención. Trump tiene una ventaja sobre Biden en noviembre. Entre sus votantes, el porcentaje de los que dicen estar «muy entusiasmados» con su candidatura es del 65%, frente al 48% de demócratas que lo están con Biden. La energía, claramente, está de su parte. H